DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin
  • Columnista

La intolerancia religiosa se extiende por el mundo. Oriente Medio se deshace a pedazos por culpa del fanatismo desbordado y un poco de locura. En Europa, el racismo enciende la mecha de la intolerancia propiciada por un discurso clasista condimentado por alguna que otra medida migratoria.

Corea del Norte advierte a Estados Unidos, y Estados Unidos amenaza con hacer desaparecer a Corea. China quiere a Taiwán y Rusia a Ucrania. Venezuela vive el mayor éxodo de inmigrantes desde la Segunda Guerra Mundial y África se muere poco a poco con sus recursos agotados por el robo.

De uno y otro lado del mundo la intolerancia se multiplica y se transforma de maneras insospechadas. Puede parecer exagerado, pero la humanidad pareciera estar perdiendo la paciencia.

Todo comienza con algo pequeño. Un debate en el WhatsApp, un comentario en Facebook, una foto en Instagram o una respuesta desafortunada en X (ex-Twitter), todo vale a la hora de desatar una oleada de insultos, amenazas y calumnias.

Es lo que vivimos todos los días, en cualquier lugar y en cualquier momento. En el trabajo, en el tránsito o en el partido después del trabajo. Es como si la discusión fuese a terminar con quien dice el mejor insulto o cuando se da por vencido el más humillado.

Quizás estemos involucionando y es parte del proceso. La ley del oeste o las reglas de la selva rigen los principios de muchos que tienen en los insultos como desahogar su frustración.

No es bueno. A veces creemos que escondidos en las redes podemos atacar despiadadamente a nuestros ocasionales adversarios y no dimensionamos el daño que hacemos.

Creo que es hora de bajar un cambio. Si no te gusta, no estás de acuerdo o te causa rechazo, decilo de la mejor manera… probablemente te entiendan mejor.

Es hora de empezar por casa ¿O qué? Quizás no cambiemos el mundo, pero podemos ser protagonistas de nuestro propio cambio. Y con nuestro cambio ayudar a cambiar a otras personas... y esa... esa sí es otra historia.

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