- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
No creo, sinceramente, que el Partido Liberal Radical Auténtico se escinda en dos asociaciones políticas opuestas, tal como ha ocurrido puntualmente en el pasado. La crisis actual que le golpea brutalmente habrá de encontrar una solución intermedia con alguna convocatoria electoral anticipada. Una salida judicial solo ayudará a elevar el nivel de los enconos personales e intransigencias sectoriales, debilitando, de paso, sus pretensiones futuras de poder.
No veo, por tanto, a ninguno que se anime a dar el primer paso para una ruptura formal, más allá de las fracciones internas, atrincherándose alrededor de otra organización partidaria similar, pero con autoridades y estructuras diferentes, a la imagen de “cívicos” y “radicales”, cada uno con sus propios diarios, cuyas hojas avivaban infernales diatribas, aunque manteniendo la elegancia de los estilos.
Estos desencuentros provienen del origen mismo del liberalismo paraguayo, cuya fundación como Centro Democrático se resolvió el 2 de julio de 1887 y fue concretada oficialmente el 10 de ese mismo mes y año. En los días previos se presentaron dos proyectos como acta de constitución, según nos relata Gomes Freire Esteves: “Uno redactado por José de la Cruz Ayala y otro por J. Zacarías Caminos (…). El primero contenía la tendencia extremista de los espíritus; y el segundo, la moderada. La asamblea adoptó este último”.
El contraste de temperamentos iba a crear, también, un constante ambiente de rispidez entre ambas corrientes marcadamente enfrentadas, aunque todavía sin los rótulos identificadores. La derrota de la revolución del 18 de octubre de 1891 abona el terreno para la división entre los que fueron al exilio y los que quedaron en el país, provocando un “distanciamiento sordo que, mezclado con inculpaciones de orden personal sobre las causas del fracaso del movimiento, contribuyó a preparar paulatinamente la escisión cada vez más cercana” (Freire Esteves). Y que, finalmente, se materializa entre 1894 y 1895, cuando los que tenían una posición radicalizada, liderados por el intelectual Cecilio Báez, se hacen acreedores del apellido que sintoniza con la actitud de sus integrantes.
Trasmiten su prédica a través del periódico El Pueblo. El otro sector, por entonces bajo las órdenes de Benigno Ferreira, funda el diario El Cívico. De ahí su denominación. Nacían así los “radicales” y “cívicos”. Diez años después, ambos concuerdan para otra revolución, esta vez exitosa, la de agosto de 1904, que termina en diciembre con las renuncias del presidente de la República, coronel Juan Antonio Escurra, y el vicepresidente Manuel Domínguez.
El propio Escurra –de acuerdo con las crónicas de la época–, vía decreto, puso en posesión de su cargo a Juan B. Gaona. Dura un año en el cargo. El 9 de diciembre de 1905 le sucede como presidente provisorio el doctor Cecilio Báez, quien, con gran habilidad, provoca un grave cisma en filas del Partido Nacional Republicano, consiguiendo que el general Bernardino Caballero sea apartado de la titularidad de la comisión directiva en mayo de 1906. Pero esa es otra historia.
El 25 de noviembre de 1906 se inicia el décimo período constitucional con la presidencia del general Benigno Ferreira. Hasta que el 2 de julio de 1908 le sale al cruce el intrépido y díscolo coronel Albino Jara quien, después de dos días de sangrientos combates en las calles de Asunción, entrega el poder a Emiliano González Navero. El 25 noviembre de 1910 asume Manuel Gondra, otra víctima de Jara. Dura en el cargo hasta el 17 de enero de 1911. Ni dos meses. Por fin, el “varón meteórico” se convierte en presidente de la República.
El 5 de julio, sus antiguos amigos y aliados, cansados de sus locuras, le invitan renunciar. Se sienta en el sillón de López, siempre provisorio, Liberato M. Rojas (padre del teniente Adolfo Rojas Silva). Y así sigue la función a los golpes y al galope. Hasta los radicales ya estaban divididos. En ese año de 1911 teníamos al Partido Liberal Democrático, con Antonio Taboada a la cabeza; el Partido Liberal (gondrista), presidido por Emiliano González Navero, y el Partido Liberal situacionista (leal al presidente Rojas), conducido por Daniel Codas.
Por cuestión de espacio tenemos que dar un salto en el tiempo. En las elecciones de 1983 participaron de la farsa electoral el Partido Liberal Radical (58.076 votos) y el Partido Liberal (32.935 votos). El ganador, obviamente, fue el dictador Alfredo Stroessner con 919.533 votos. Cinco años después, 1988, el PLR obtiene 9.545 votos y el PL, 4.243. El “único líder” rebasó la línea del millón: 1.187.738 votos. Derrocado Stroessner, en las elecciones generales del 1 de mayo de 1989 participan, en representación del liberalismo paraguayo: el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), Partido Liberal Radical (PLRA), Partido Liberal Radical Unificado (PLRU) y el Partido Liberal. En 1993 fue la última vez que los liberales tuvieron dos partidos, en los comicios del 9 de mayo: el PLRA y el PL, cuyos candidatos fueron Domingo Laíno Figueredo y Abraham Zapag Bazas, respectivamente.
Mirando las acaloradas disputas dentro del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) que enfrentan a Efraín Alegre, destituido por una convención (su máxima autoridad), y la fracción crítica a su gestión, la división tiende a profundizarse. Pero convencido estoy de que la sangre correrá dentro de los límites del mismo cuerpo. El odio no llegará al río. Nuestra democracia precisa de partidos fuertes, y no de facciones atomizadas, y de una ciudadanía que asuma su responsabilidad como tal. Buen provecho.