Resulta relativamente fácil ser un buen hombre de créditos si conocemos los factores que conllevan esta tarea de por si no muy sencilla.

Conseguirlos es el problema. Después de eso se convierte en un asunto de análisis, y juicio acompañado de mucho sentido común.

El “feeling” o sentido “del olfato” en créditos tiene un valor inconmensurable, pero eso se va agudizando solo a través de los años y con la experiencia.

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Hay dos preguntas básicas para hacer a cada prestatario: primera, “por qué necesita el dinero” y segunda “cómo va a repagar el préstamo”. La primera pregunta es siempre fácil de responder.

En periodos de bonanza, exceso de liquidez o buen comportamiento de los mercados esta segunda pregunta no suele ser hecha tan regularmente, pues se dan a veces circunstancias en que las entidades financieras ponen más énfasis en otorgar créditos que en pensar cómo los pueden recuperar en tiempo y forma.

Hace años los desembolsos crediticios eran a menudo otorgados basándose más bien en el valor de los activos, pues se pensaba que un préstamo respaldado por una garantía constituía uno bien estructurado cuando qué bien sabemos que lo que nos debería de interesar es la capacidad de repago del prestatario, dado que las garantías son accesorias.

La evolución de la técnica del flujo de caja o cash flow es una creación de la banca norteamericana, y ha demostrado ser tan exitosa en los últimos 30 años que hoy día podemos decir ya prácticamente el 100 por ciento de los países los utilizan en sus análisis de riesgos de crédito.

En la actualidad la segunda pregunta es por lo común tan básica como la primera y todos los préstamos deberán hacerse mediante un plan concreto de repago.

¿Qué respuestas consideraríamos para la pregunta cuál es el propósito del préstamo que se requiere? Las respuestas pueden ser desglosadas en dos amplias categorías. La primera es para capital operativo o de trabajo, la segunda es para inversiones en bienes de capital.

La necesidad del prestatario de capital en giro generalmente surge de dos fuentes importantes, rotaciones en el inventario y cuentas a cobrar. Estos movimientos deberán ser de una naturaleza temporaria.

Si la temporada de ventas de una compañía se concentra, por ejemplo, en la primavera tendrá que fabricar la mercadería durante el invierno. Pueden ocurrir movimientos similares en las cuentas a cobrar que en razón de fechas durante estaciones o desiguales épocas de ventas pueden llegar a un pico en ciertas épocas del año.

Una compañía puede estar suficientemente capitalizada como para financiar estos desniveles con sus propias fuentes, trayendo fondos ociosos durante épocas fuera de temporada o puede dirigirse a su banco, financiera o cooperativa para asistencia a fin de afrontar su pico.

Estos picos, sin embargo, siguen por lo general un modelo temporáneo y bien establecido. No se debería prestar fondos con fines especulativos, aunque es dable reconocer que en ciertas épocas en un ciclo puede resultar prudente para una industria cubrirse con materias primas más allá de lo necesario para dicho propósito (pero debería ser la excepción y no la regla).

Fundamentalmente las instituciones financieras esperan que los préstamos destinados a financiar capital operativo o de trabajo sean autoliquidados.

Cuando otorgamos un préstamo para capital operativo o de trabajo, esperamos que el prestatario salga de su deuda durante un periodo cada año.

Si el prestatario no puede reembolsar dichos préstamos en las fechas convenidas inicialmente, la entidad financiera estaría en la práctica suministrando capital en giro permanente.

Es obvio que estas entidades no son compensadas suficientemente por la tasa de interés que cargan para asumir los riesgos inherentes a la provisión de capital permanente.

Un corolario de este razonamiento es el hecho de que las entidades financieras necesitan un movimiento de sus préstamos para proveer de fondos a fin de hacer frente a las necesidades de todos sus prestatarios, en otros términos, las necesidades de sus clientes no siempre coinciden y esperan recuperar su dinero dentro de un programa tal que les permitan prestarlo a otro cuyas necesidades surgirán en otro momento.

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