• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Ante los ojos de la ciudadanía la política fue reducida a la práctica fenicia del comercio. Lo paradójico –si es que los contrastes pudieran sorprendernos– es que esa imagen es construida por los propios actores con cargos de representación popular, esto es, resultado de elecciones periódicas y democráticas. Cargos que no son inherentes a nadie en particular. Se irán algunos y vendrán otros. En nuestro caso, las cámaras de Diputados y Senadores sobrevivirán a quienes hoy ocupan bancas en una de ellas. Así como sobrevivieron a quienes ya estuvieron antes. Muchos de ellos –una inmensa mayoría, en realidad– deshonraron a la institución.

No solo por sus inconductas, sino por la alevosa mediocridad que exponían en cada simulacro de debate. Y algunas presencias ni siquiera fueron notadas por su imperturbable silencio en un foro en que la palabra es una herramienta insustituible. Aunque, es justo apuntarlo, quizás hubiera sido preferible que eligieran el mismo callado procedimiento aquellos que abusaron de un discurso vergonzante, atentando contra la salud mental y emocional de la población.

Desde el idioma guaraní extraemos la radiográfica frase: no tenemos remedio. Sin embargo, no hay que buscar un tono de trágico determinismo en esa frase, sino una ironía ansiosa del cambio. Porque esa misma población cada cinco años renueva su esperanza de que un futuro mejor es posible. Si algo distingue al paraguayo es su arraigada fe en el porvenir, a pesar de las repetidas frustraciones a que fue sometido su optimismo.

El Congreso de la Nación (periodo 2023-2028) que se instala en la fecha, donde lo nuevo, lo desconocido y los viejos conocidos vienen entreverados, ratifica nuestra afirmación inicial. La impugnación, el menosprecio y la soberbia desacreditadora asumen forma de implosión. El trato maniqueísta de dividir las aguas para separar a los autoproclamados jacobinos y los denigrados maquiavélicos, en que unos presumen de una integridad que no es absoluta y otros son vilipendiados sin excepciones, provoca en la sociedad el justificado temor de que volverán a pasar ante nosotros las repetidas escenas donde las disputas sectarias se imponían a los impostergables reclamos de los sectores que durante este gobierno pasaron de la pobreza a la pobreza extrema. La prioridad de los parlamentarios debe estar centrada en la crítica situación que golpea en forma implacable al régimen de salud pública, al sistema educativo, a la desocupación y al empleo mal remunerado. Algunos obreros y obreras se encuentran en condiciones precarias, casi de explotación. La generación de mano de obra no debe significar renunciamientos indecorosos a los derechos de la clase trabajadora. Y esa no es tarea de un solo poder del Estado. Es ahí donde podremos confirmar la autenticidad del patriotismo que hoy se enuncia como ruta de vida para descalificar a los demás. Son como aquellos periodistas que proclaman la verdad, pero no dudan en falsificar la realidad.

La aspiración de cualquier senador electo de presidir la Cámara Alta y, por ende, el Congreso de la Nación, es legítima. Un punto incuestionable. La Asociación Nacional Republicana (ANR) tiene mayoría. El voto de sus representantes es suficiente para elegir a quien ocupará dicho cargo. Solo se precisan de cuestiones que no son características recurrentes de nuestra política, sobre todo dentro del Partido Colorado: sentido común, renunciamientos y acuerdos programáticos. Y, principalmente, vocación de pertenencia a ese partido, desterrando los impulsos reduccionistas de responder a un movimiento interno. Con una identificación sincera con su doctrina, su historia y sus principios filosóficos. Los que previamente deberán ser estudiados, aprendidos y llevados a la práctica. Superando los perniciosos individualismos que erosionan los cimientos institucionales. ¿La clave? El diálogo, en que la razón tenga preeminencia sobre los caprichos y la intolerancia. Es una falacia mal articulada esa de que el equilibrio de los poderes dependerá de quien presida este poder del Estado. Ese equilibrio estará sujeto a la racionalidad y la convicción con que actúen cada uno de sus miembros en los próximos cinco años. Y, especialmente, aquellos que en estos últimos cinco años no refirieron críticas a la catastrófica gestión de Mario Abdo Benítez, cuyo grado de latrocinio todavía no fue medido en su exacta dimensión. Siempre habrá tiempo para enmendar conductas.

En política nadie es lo suficientemente santo para no haber pecado ni lo suficientemente pecador para no guardar un rasgo de virtud. Ya lo dije alguna vez: Todos tenemos un esqueleto guardado en el ropero. Con la observación de que algunos construyeron un exclusivo cementerio, producto de sus impenitentes actos de corrupción, deslealtad y malicia. Y sin mostrar los más mínimos indicios de arrepentimiento para una posible redención. En esta Cámara de Senadores ninguno puede subirse a la cúspide de una ética inmaculada para agraviar a quienes piensan diferente. Todos vienen cargando una mochila en claroscuro. Solo Dios es perfecto. El cansador verso de que si no están alineados con nosotros son todos unos vendidos solo ayudará a proyectar a la sociedad la visión de que no habrá que fijar muchas expectativas en el Poder Legislativo. No se puede denigrar la decisión del otro para montar un altar con impostados rosarios de absolución. Así como no pueden levantarse liderazgos sobre el fracaso de sus adversarios. Alguna vez, ojalá sea pronto, saldremos de este purgatorio. Hay que tener fe. Buen provecho.

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