La Iglesia nos invita a celebrar en estos días la fiesta de Corpus Christi. En algunos países esta fiesta se celebró este jueves, en otros se celebra hoy domingo. De igual modo queremos reflexionar hoy sobre este gran misterio que el Señor nos dejó: la eucaristía.
Esta fiesta quiere ayudarnos a crecer en el misterio de la comunión con Dios, principalmente a través de este sacramento, que es la fuente y la cumbre de toda nuestra vida cristiana.
Algunos, cuando se habla de eucaristía, piensan que lo principal es organizar muchas adoraciones e incentivar mucho más la visita al Santísimo, que, sin duda, son acciones muy bonitas, pero el principal objetivo de esta fiesta es ayudar a las comunidades y a las personas a descubrir la fuerza, la gracia y la riqueza de la celebración eucarística, principalmente de la dominical, día en que celebramos la victoria de Cristo y también de su presencia continua en medio de nosotros.
Hace más de cuarenta años el Concilio Vaticano II nos enseñaba que la participación de los cristianos en la liturgia debería ser activa, consciente y fructífera. Significa que deberíamos participar de la misa y no solo asistirla; que deberíamos conocer los ritos; participar en los cantos, en las respuestas, estar involucrados en la celebración. Creo que mucho ya hicimos. La misa empezó a ser celebrada en nuestras lenguas, en muchas comunidades ya se consiguió que las personas dejen de ser pasivas y participen activamente, pero aún tenemos mucho que mejorar.
Es muy bello ver en los origines de la Iglesia, como era importante celebrar la eucaristía para los primeros cristianos. Por ejemplo, la expresión: “Sine domenica non possumus!” que puede ser traducido de dos modos: “Sin el domingo no podemos vivir” o entonces “Sin la cena del Señor no podemos vivir”. Esta frase fue pronunciada por algunos cristianos de los primeros siglos que fueron presos cuando salían de una misa y las autoridades paganas les exigían que abandonasen la fe cristiana, que renunciasen a participar de la mesa, pero ellos respondieron que no podrían vivir sin esta. Y estos nuestros hermanos prefirieron morir, para no dejar de vivir.
También nosotros somos invitados a descubrir la fuente de nuestra fe, que es también la fuente de nuestra vida. Qué bueno sería si en nuestros labios pudiera estar también esta frase: ¡Sin la misa no puedo vivir! ¡Sin consagrar el domingo mi vida no tiene sentido! ¡Sin la comunión con Dios es inútil mi existencia!
Qué bueno sería si nosotros tuviéramos a Dios en el primer lugar en nuestras vidas; si en el domingo lo más importante para nosotros fuera la participación de la misa, en la comunidad y después dedicarlo a la familia, a la recreación y al reposo. Sin tener que inventar excusas o decir que no tuve tiempo o que estaba muy cansado o que tenía otros quehaceres.
¡Sin Dios no somos nada! Sin él no vivimos, solamente vagamos por el mundo.
Dios se ofrece para estar en comunión con nosotros, pero la comunión entre dos personas no sucede cuando solo uno quiere. La comunión exige voluntad y empeño de ambos.
Jesús se ofrece como pan vivo bajado del cielo, capaz de transformarnos interiormente y darnos una vida sin límites, pero para “comer de este pan”, para estar en comunión con él yo debo integrarme a su cuerpo, a la Iglesia. Porque es solamente a través de ella, cuando celebra la eucaristía, que yo puedo alimentarme de este pan vivo que nos da vida eterna.
Querido hermano, querida hermana que Dios nos dé la gracia de fundar nuestras vidas, sea como padres o madres de familia, como jóvenes o ancianos, como sacerdotes o laicos, en la eucaristía. Que ella sea la fuente de nuestro amor, de nuestra paciencia, de nuestra caridad y de nuestra esperanza, y hacia ella concurra todas nuestras fuerzas, todo nuestro empeño y toda nuestra energía.
Pues así, en nosotros ya habrá empezado la vida eterna.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.