• POR OSVALDO ACOSTA

Disminuir los niveles de pobreza en cualquier país del mundo lleva un determinado proceso, bajo decisivas y fir­mes prácticas de políticas a partir de intervenciones de los protagonistas del Estado. Es decir, el Estado –con todos sus ministerios y demás enti­dades públicas– debe gene­rar las condiciones jurídicas, políticas y macroeconómicas para la radicación de capita­les de potenciales inversionis­tas locales e internacionales. Estas inversiones harán posi­ble la creación de puestos de trabajo para reducir esos nive­les de pobreza.

No se puede tapar el sol con un dedo es una frase poética y oportuna. Paraguay no es una isla y todo lo que ocurre en el mundo globalizado de alguna manera afecta al país. Las proyecciones estiman que el crecimiento de la economía mundial se desacelera a una tasa de 2,8 % para este 2023, debido a la incertidumbre del sistema financiero y la persis­tente inflación, como efecto del coletazo que se dio con la crisis de la pandemia de dos años (2020 y 2021). El Para­guay, por su parte, registrará un crecimiento de su producto interno bruto (PIB) en torno al 4,5 % para 2023, principal­mente debido a la recuperación de la agricultura y las mejores perspectivas en la generación de la energía.

Según un informe del Ins­tituto Nacional de Estadís­tica (INE), un poco más de 1.800.000 de paraguayos viven en la pobreza, mien­tras que la pobreza extrema incluso aumentó frente a años anteriores. Los resulta­dos de la pobreza monetaria (personas que tienen ingresos per cápita inferiores al costo de una canasta básica de ali­mentos) del año 2022 demues­tran que este problema social se situó en 24,7 %, durante todo el año pasado. De ese número, 912.000 personas son del área urbana, mientras que 905.000 residen en el área rural. Por ello, dos de los temas más pre­ocupantes en la actualidad son la falta de empleos y el abultado déficit fiscal (diferencia nega­tiva entre los ingresos y gas­tos del sector público). Estos aspectos deben ser encarados como asuntos prioritarios por el gobierno que asumirá en agosto próximo.

El equipo de transición for­mado a instancias de las autori­dades electas para la Presiden­cia de la República debe tomar intervención en las decisiones apuradas del gobierno que ya está en situación de retirada. Las repentinas convocatorias a licitación, contratos y nom­bramientos masivos que se desarrollan con urgencia por el gobierno actual solo son mues­tras de que algunos quieren “introducir la mano en la lata”.

Los datos son alarmantes: por el lado del desempleo tenemos que a finales de marzo hubo 384.013 personas que pasa­ron a engrosar la lista de des­empleados y subocupados, según la Encuesta Perma­nente de Hogares Continua (EPHC), del Instituto Nacio­nal de Estadística (INE). Deta­llando tenemos que 242.982 son desempleados y 141.031 son subempleados. Por el lado de la situación deficitaria en el sector público, se señala que al mes de abril de este año el resultado fiscal anualizado asciende a -3,5 % del PIB, equi­valente a unos 1.200 millones de dólares.

Este porcentaje del 3,5 % duplica totalmente la meta 2023 que se propuso el gobierno saliente que es del 2,3 % del PIB, violando com­pletamente la ley de responsa­bilidad fiscal que habla solo del 1,5 % para cada periodo fiscal (USD 500 millones). Por ello la importancia del manejo trans­parente de estos dos temas y que debe estar acompañado de sabiduría e inteligencia a fin de restablecer el buen funcio­namiento del aparato estatal, fundamentalmente reducir los niveles de corrupción para que el dinero alcance a todos: salud, educación y seguridad.

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