Pasaron 35 años desde que a mediados del mes de mayo de 1988 el entonces papa Juan Pablo II visitó el Paraguay y dejó un mensaje esperanzador para nuestro país. El tiempo y la historia se encargaron después de poner las cosas en su lugar, sentando las bases para la llegada de la democracia que se produciría al año siguiente con la caída del régimen del general Alfredo Stroessner.
La semilla que sembró en ese momento el pontífice polaco y que, de alguna manera, indicaría el rumbo a seguir, se basó en la defensa intransigente a los derechos humanos, el respeto a la dignidad y los valores morales.
Precisamente en esa época los obispos paraguayos insistían en la necesidad de un “saneamiento moral de la nación”; al ver que la moral pública estaba en crisis, lo que además de crear serias dificultades a los miembros de la sociedad, comprometía su destino como nación.
Es increíble como al releer uno de los mensajes de esa época, las sabias palabras del Santo Padre cobran nuevamente actualidad, sobre todo cuando señala que “la verdad debe ser la piedra fundamental, el cimiento sólido de todo el edificio social”.
Lo que vemos en este tiempo, no sólo en nuestra sociedad paraguaya, sino en el mundo, es que la verdad dejó de ser esa “piedra fundamental”, dando paso al relativismo absoluto, donde lo que prevalece es la verdad de cada uno, el interés particular por sobre el general, dejando de lado la esencia de la política que es la búsqueda del bien común.
En el encuentro llevado a cabo en el estadio del Consejo Nacional de Deportes (hoy SND Arena) el 17 de mayo de 1988, con los denominados “Constructores de la sociedad”, san Juan Pablo II dejó en claro que una sociedad fundada en la verdad se opone a cualquier forma de corrupción y decía: “Pero ¿qué es la moralidad pública, sino un presupuesto que hace posible en la sociedad política los ideales de justicia, de paz, de libertad, de participación? Por el contrario, donde se abre camino la falta de moralidad, no solamente se impide el logro de estos ideales, sino que se pierde la confianza en las instituciones, generando la pasividad y la pérdida del dinamismo social”.
Y remataba luego afirmando que “la vigencia simultánea y solidaria de valores como la paz, la libertad, la justicia y la participación, son requisitos esenciales para poder hablar de una auténtica sociedad democrática, basada en el libre consenso de los ciudadanos (…)”. (Discurso a los constructores de la sociedad, 1988).
Hoy estamos en un momento muy especial para nuestro país, en las puertas de un nuevo gobierno que será proclamado con la esperanza de transformar el futuro y convertirnos en una gran nación. Para ello será necesario el impulso y el mantenimiento de un crecimiento económico sostenible, asumiendo el desafío de responder a las necesidades en términos de diversificación económica, infraestructura, acceso a mercados internacionales y reducción de la pobreza.
Creo que las condiciones están dadas para dar ese salto, pero para ello debemos asumir la realidad, que es también lo que había anhelado el papa Juan Pablo II cuando reclamó a los laicos de nuestro país y les hizo el llamado a dedicar todas sus fuerzas y a utilizar su posición de liderazgo en favor del desarrollo integral del Paraguay.
Pero, además, nos dejó la fórmula para lograrlo: “para alcanzar los deseados objetivos de justicia y paz, libertad y honradez a todos los niveles, contáis con la mayor riqueza que puede atesorar un pueblo: los sólidos valores cristianos que han marcado su vida y costumbres, y que han animado a vuestra nación en su andadura histórica”.
Tenemos un gran camino por seguir, es hora de empezar. Puedo estar equivocado, pero es lo que pienso.