EL PODER DE LA CONCIENCIA

En marzo se cumplieron 55 años del estreno del filme “El planeta de los simios”, que en esta media centuria se convirtió más que en un clá­sico, en un ícono de Hollywood. Distri­buida por la 20th Century Fox, es pro­tagonizada por uno de los más grandes actores de todos los tiempos, Charlton Heston (Los diez mandamientos, Ben-Hur, El Cid, Julio César, Marco Antonio y Cleopatra y otras 80 películas más).

Esta producción tuvo cuatro secue­las entre 1970 y 1973, además de dos series en la TV, pero para los jóvenes de ahora el primer protagonista, el coronel George Taylor, es un desco­nocido puesto que solo habrán visto las versiones del director Tim Burton (2001) o “Revolución”, de Rupert Wyatt (2011), o “Confrontación”, de Matt Ree­ves (2014), o “La guerra” (2017), del mismo director.

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Contar todo el argumento de la entrega de 1968 sería muy largo, pero es imposi­ble no reconocer que deja varias ense­ñanzas, como por ejemplo la teoría de la relatividad de Einstein, puesto que la tripulación despega en 1972 y se estrella en el año 3978, pero sus cuerpos apenas envejecieron 18 meses.

El impacto de ver a los seres humanos sometidos por simios fue bastante gro­tesco para la época, ya que hasta ese momento prevalecía el concepto de que el hombre era la imagen de Dios, la expresión máxima de la naturaleza, sin embargo el director Franklin J. Schaffner lo presentaba inferior a los simios, sin tener siquiera la capacidad de hablar.

Los humanos se habían convertido en animales y los primates eran los seres civilizados que presentaban una rús­tica sociedad, con científicos, milita­res, civiles y autoridades religiosas que vivían en el oscurantismo.

Por eso, el que Taylor pudiera hablar y escribir fue considerado como una here­jía, puesto que sus primigenias leyes dictaban que el ser humano era inferior, destructivo y peligroso, pero el astronauta tenía conocimientos incluso de aerodinámica y hasta podía hacer volar un papel, algo que los simios creían imposible.

Los científicos que estudiaban a Taylor fueron convocados por un consejo y acu­sados de los más insólitos cargos. Los tres miembros del tribunal juzgador utilizaron la lógica más absurda para desmentir la realidad, pero cuando fue inminente que saliera a la luz, la ver­dad fue escondida detrás de dogmas y cuando estos flaquearon, surgieron las amenazas para acallar lo evidente.

La película acaba con un fuerte men­saje sociológico cuando el protagonista logra huir y se encuentra con la Estatua de la Libertad destruida y toma con­ciencia de que no está en un planeta desconocido, sino que regresó a La Tie­rra después de 2006 años y la encuen­tra devastada.

Esta película nos enseña situaciones inimaginables que abrirían la mente hacia otros horizontes. Sin mucho esfuerzo se podría comparar esa socie­dad simia con la actual humana y darnos cuenta de muchos absurdos que nor­malizamos.

O comparar ese tribunal inquisidor de los científicos primates -que a toda costa quería esconder la verdad- con ciertas actitudes entre los miembros del mismísimo Congreso nacional, que ni siquiera fueron proclamados y ya comienzan a pensar en formar bandos.

En lugar de exponer proyectos positivos para sus votantes, leemos, por ejemplo, a un referente del PLRA que anuncia que la próxima semana se reunirá con los 22 senadores que no pertenecen a la ANR, para analizar conformar un solo bloque opositor.

¿Para eso fueron elegidos? ¿Para pelear entre ellos y llenarse de vanidad por ostentar poder? Todavía no transcu­rren tres semanas de las elecciones en las que la ciudadanía les envió un con­tundente mensaje de que quiere paz y desarrollo, no odio y personalismos, pero parece que no tomaron nota. El ciudadano quiere que sus representan­tes trabajen por su bienestar y no que tomen actitudes de primates. No por ser parlamentarios pueden seguir haciendo lo que quieren.

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