• POR FELIPE GOROSO S.
  • Columnista político

En la historia política de todo el mundo ha habido personajes que han intentado acceder a los cargos de mayor preponderancia, aquellas instan­cias donde todo se decide. Las intentonas se han realizado de todas las formas posi­bles, recurriendo a las más diversas estra­tegias o incluso por la vía de los atajos no precisamente democrático. Pero más allá de pretender erigirnos en jueces de la mora­lina política, esas aspiraciones han sido por sobre todo auténticas. Realmente se quería llegar a esos espacios de poder, se tenía una idea de lo que se pretendía hacer al llegar y sobre todo y principalmente se trabajaba para lograrlo.

Hoy vamos a enfocarnos en los otros; en aquellos o aquel, siendo más específico que en realidad aún sabiendo en su inte­rior que no llegaría, igualmente se sigue candidatando para el cargo de presidente de la República. Pero no por tener real­mente aspiraciones, ya que eso implicaría un enorme trabajo y desafío, y en el caso que nos ocupa ambas cuestiones están dema­siado lejos. Efraín Alegre acaba de obtener, si vale el término, su tercera derrota con­secutiva la más contundente de todas y la que una mayoría cree será la definitiva o al menos debería serlo.

Sin embargo, hay elementos para creer que el señor Alegre tiene otros planes. En un grupo muy pequeño y de su extrema con­fianza ya empiezan a hablar de una cuarta candidatura. Y es que, a los efectos de los objetivos rea­les, aquellos que no se develan, la victoria no es una aspiración. Con ser can­didato alcanza. Sigue teniendo un supuesto posiciona­miento, sigue usando al PLRA como plata­forma, no desaparece de la escena política y man­tiene el esquema actual que le es útil a sus intereses. Ya que cada campaña es un excelente pretexto para recurrir, llamar y pasar el sombrero a empresarios, sectores, rubros, gremios e incluso países extranjeros que producto de un extraño sortilegio siguen apostando a un político que ya demostró que lo que menos le interesa es ser presi­dente de la República. Por eso no dialoga, por eso no construye un arco que le permita alcanzar una mayoría y por eso le es cómodo no apearse de esa imagen de que supuesta­mente es inflexible ante algunas cuestiones. Cuando se ve a la política como negocio, específicamente una candidatura detrás de la otra como un mecanismo de juntar nueces para el invierno hasta que llegue la próxima primavera electoral, es que se ha tomado una opción: recursos antes que el poder. Y es que se pueden tener ambas, pero hay políticos que prefieren el dinero antes que alcanzar sitiales de privilegio que les permitan tener el poder de cam­biar las cosas.

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He ahí lo gravitante que las fuerzas internas del PLRA sepan dimensionar el desafío que les impone la coyuntura actual. Es de ellos la responsabilidad primaria de articular lineamientos que por el camino del diálogo les haga alcanzar consensos que vuelvan a poner al liberalismo como alternativa. La democracia paraguaya precisa de un bipar­tidismo fortalecido.

En la política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, hay instancias en las que es oportuno soltar y dejar atrás aque­llo que ya fue probado suficientemente que no funciona. La política también es renovación.

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