Tomar el camino más fácil es siempre la primera opción para lograr algo, y la más cómoda para los seres humanos. No está mal si se trata de practicidad, en el sentido de que, tomar el camino más fácil requiere menos esfuerzo, tiempo y recursos. Podría servir para cosas prácticas de la vida, pero, para pagar un precio por lo que uno ama, nunca será la mejor opción y, paradójicamente, terminará siendo la más difícil y la que menos resultados nos dé.
Por ejemplo, podemos buscar el camino más fácil a la hora de terminar un proyecto, o hacer un viaje, o cuestiones como esas, pero, para salvar situaciones complejas y de gran valor como la familia, el amor, la salud, el llamado espiritual, la formación de un carácter como el de Cristo, el caminar cristiano, etc., no es fácil. Requiere esfuerzo, renuncia, sacrificio, coraje, valentía, dependencia diaria de Dios, dejar el egoísmo, el orgullo, el rencor, la venganza… los sentimientos tan naturales de nuestra naturaleza caída que hacen que el camino no sea fácil.
Señalemos dos acontecimientos en la vida de Jesús en los cuales se puede ver cómo Satanás le instó a tomar el camino más fácil, pero Él decidió no tomar atajos y sufrir para completar una obra gloriosa, que era la salvación de los creyentes.
El primero fue en el inicio mismo de su ministerio público cuando, luego de ser bautizado, el Espíritu Santo lo llevó al desierto para ser tentado. El segundo fue al final de su ministerio terrenal, en el Gólgota, el día de su crucifixión, poco antes de morir.
En Mateo 4:1-11 tenemos la tentación de Cristo. Este acontecimiento ocurrió ni bien se bautizó en el Jordán. Su bautismo marcó el inicio de su ministerio público, pero, antes de ir a las multitudes, el Espíritu Santo lo llevó al desierto para ser tentado o probado por el diablo.
Las tentaciones son cosas normales en la vida de un creyente. Pero es importante aclarar que somos probados por Dios y tentados por el diablo. La Biblia es clara: Dios no puede ser tentado por nadie ni Él tienta a nadie, pero sí prueba. Pablo dijo que Dios dará la salida ante cada tentación.
La función de la tentación es alejarnos de Dios siguiendo el camino del egoísmo (hago lo que quiero, siendo yo el centro de todo) y la autosatisfacción.
Cuando hablamos de tentación no solo nos referimos a cuestiones carnales o sexuales sino también a otras tentaciones como: la tentación del egoísmo, la vanidad, la autocompasión, el rencor, el orgullo, la codicia. Todas estas tentaciones son las más fáciles para la carne, porque nos resulta más fácil vengarnos que perdonar, ensombrecernos que humillarnos, ser humildes que ser orgullosos, tener lo que codiciamos que renunciar a ese placer, culpar a otros que asumir nuestras necesidades, etc.
Las tentaciones tienen como principal intención alejarnos de la voluntad de Dios y buscar nuestro propio camino o satisfacción. Esto es importante entender para saber lo que pasó, tanto en la tentación del desierto como en el Gólgota.
Vemos que lo primero que el enemigo atacó fue su identidad: “Si eres hijo de Dios”. El diablo siempre tratará de convencerte de que no eres hijo de Dios, que no eres nada, que eres una casualidad, que tu vida no tiene valor, que nadie te ama, que no tienes propósito ni utilidad y que no hay más nada después de la muerte. Una vez que te convenza de eso, te dirá que disfrutes al máximo tu vida, ya que es la única que tienes, y cuando el diablo te pide que disfrutes tu vida sin tener comunión con Dios es un llamado a la desobediencia, incredulidad, egoísmo y a disfrutar del placer -mentiroso y doloroso, pero placer al fin- del pecado.