- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
El discurso del odio es propio de las sociedades xenófobas. De la presunta pureza sanguínea. Como se ufanaba la Alemania nazi. O de los países europeos que hoy rechazan a los inmigrantes. Y lo es, también, de los regímenes totalitarios y de las mentalidades autoritarias. En el lenguaje político implica la destrucción o aniquilación del otro que asume contornos de enemigo. Todos los medios son válidos, incluso la violencia. Se pretende construir hegemonías levantando murallas entre los ciudadanos. De un lado, los elegidos; del otro, los despreciados. En ese ambiente se desarrollaron las últimas elecciones en nuestro país: primero, en las internas de la Asociación Nacional Republicana del 18 de diciembre de 2022 y, luego, en las generales del 30 de abril pasado.
En esa etapa inicial, el foco de las detracciones gubernamentales, con un oficialismo convertido en proyecto presidencialista, fueron Horacio Cartes y Santiago Peña, siendo sus voceros más agresivos y destemplados el propio presidente de la República, Mario Abdo Benítez, y el director de Yacyretá y exmandatario, Nicanor Duarte Frutos. Con algunas colaboraciones guionadas para el electo diputado Mauricio Espínola, asesor político adjunto del actual jefe de Estado: El candidato del movimiento Honor Colorado representaba “un proyecto económico que busca subordinar las instituciones y alterar el orden democrático”. Y alzaron como bandera la “autenticidad colorada”, “el liderazgo autónomo” y “la defensa de los órganos republicanos”. En tiempos en que los acontecimientos se superan con la rapidez en que aparecen nuevos hechos, es importante contribuir con la memoria colectiva mediante repeticiones de los pequeños relatos. Solo se aburrirán aquellos que tienen motivos para que sus actuaciones del pasado queden sepultadas por el premeditado y conveniente olvido.
Probablemente, más por rencores y soberbia, el presidente Abdo Benítez fue el único que cumplió con su promesa de no abrazarse con sus adversarios. Aparte de que su ausencia de los escenarios, posterior a las internas partidarias, fue saludable para las chances de Santiago Peña, eso era lo mínimo que podía hacer después de haber comparado al líder de Honor Colorado con Al Capone y de andar por caminos torcidos, manejando plata sucia. Pero, como todo mal perdedor, sus críticas no cesaron a días de las elecciones presidenciales, afirmando que el Partido Colorado vivía un momento trágico. Duarte Frutos también había sembrado la idea de que el oficialismo no tenía ningún interés en abrazarse con el cartismo. “No existe ninguna posibilidad –arremetió–, el abrazo republicano no puede ser para defender intereses mezquinos de grupos privilegiados”. Sin embargo, con un cinismo que envidiaría cualquier asesino serial, una tarde cualquiera, genuflexo y mendicante, fue a tirarse a los brazos de aquellos enemigos a los que había apostrofado apenas semanas atrás.
Decía en un artículo publicado el 28 de enero de 2022 que, atendiendo a los mensajes de Abdo Benítez y Duarte Frutos, la oposición ya tenía el discurso servido en caso de que Peña ganara las internas. Porque fueron los que le acosaron sistemáticamente por una supuesta falta de autonomía. Aquí va un ejemplo, del más reciente, de Nicanor: “No necesitamos un presidente tembiguái” (de Cartes), sino uno que “no esté vinculado al crimen organizado, con el lavado de dinero, con el contrabando” (Abc Color, 15 de diciembre, página 10). Es el mismo Duarte Frutos quien había resollado que “se equivocan aquellos que creen que con una billetera abultada pueden rematar la conciencia del pueblo colorado para llegar a la presidencia de la República”. Es el mismo Duarte Frutos quien, con falsas poses de catedrático de la honestidad, enjuiciaba a Santiago Peña porque, según él, “traicionó su historia por dinero, oportunismo y cargo”. Siguiendo la lógica de alguien que nunca tuvo lógica, sus últimas contorsiones y bufonadas tendrían las mismas razones.
Hoy Duarte Frutos traga alegremente su opinión, en una metamorfosis digna de Franz Kafka, sobre los integrantes de Honor Colorado (que naturalmente incluye a Peña). Decía antes: “Lo que está ocurriendo en el país, que no es un invento de Marito ni del Gobierno, sino toda esa información internacional y nacional que hoy le tiene como centro al líder del movimiento (Cartes), como mínimo le complica, como mínimo le pone de cómplice del crimen organizado”. Y contrariamente a las últimas declaraciones de Peña, de que la Secretaría de Prevención de Lavado de Dinero o Bienes (Seprelad) fue utilizada como garrote político en contra del ahora presidente de la Junta de Gobierno del Partido Colorado, Duarte Frutos afirmaba que “no existe persecución política contra nadie, no tiene que ver con ideologías sociales”, sino con “delitos criminales trasnacionales que ponen en riesgo la seguridad, no solo de Estados Unidos, sino de la región y de nuestro país”. Y con rostro de hipócrita compungido, continuó: “Quiénes van a venir a invertir en nuestro país para que nuestros hijos tengan empleo. Quiénes van a venir a invertir en Paraguay si el sicariato se impone, el tráfico de armas, el contrabando internacional de cigarrillos también, y somos señalados por la comunidad internacional con las peores calificaciones y estigmatizaciones”. Un poco más: “Si no derrotamos a los portadores del crimen organizado, de la manipulación del Estado, ¿creen que nuestros hijos tendrán una sociedad digna en la que puedan vivir?”. Estos son los ingredientes para un análisis serio y completo, de cómo los representantes de este gobierno pavimentaron el discurso de la oposición. Y cómo, en un giro mágico, el “tembiguái de Cartes” pasó a convertirse en “querido Santi”.
Celebro el buen corazón de Santiago Peña de perdonar a los que le agraviaron. Pero más admiro su estómago para digerir la presencia de gente tan averiada como desvergonzada. Duarte Frutos, por su incoherencia y deshonestidad, es un pésimo ejemplo para los jóvenes que aspiran a incursionar en política. O, tal vez, sea un ejemplo de lo que no hay que hacer ni ser. La reivindicación de las inconductas y atrocidades administrativas, en nombre de la política, solo estaría abriendo más grietas en nuestra herida sociedad. La impunidad es el cáncer de la democracia. Así se volvería cada vez más imposible aquel deseo de Pedro Pablo Peña (ancestro del electo presidente), repitiendo una expresión de Woodrow Wilson: “Hagamos de la política algo de la que pueda ocuparse sin repugnancia cualquier ciudadano decente y digno”. El que tenga oídos para oír, que oiga (Mateo 13:9). Buen provecho.