- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino
Después de la muerte y resurrección de Jesús, la vida de sus discípulos no podía ser más la misma. Ellos ahora sabían que Jesús es el Señor, que es el Dios viviente y todopoderoso. Todas las cosas que él había dicho antes, sus promesas, sus enseñanzas, sus mandamientos... ahora encuentran mucho más sentido y valor. La luz de la resurrección de Cristo iluminaba todo el pasado que ellos habían vivido juntos y abría perspectivas muy bonitas y desafiantes para el futuro.
Ciertamente fue muy reconfortante para los discípulos cuando ellos recordaron que Jesús había dicho “yo soy el buen pastor”. Ahora que ya había pasado todo (la pasión, la cruz, la muerte, la sepultura y su gloriosa resurrección), ellos podían entender mejor qué significaban aquellas palabras, antes tan enigmáticas: “El buen pastor da su vida por sus ovejas.” o “yo mismo doy mi vida, y la volveré a tomar.”
En la época de Jesús, todos estaban acostumbrados con los pastores. Ellos sabían que muchos pastores trabajaban solamente por el dinero, y que jamás correrían peligro por sus ovejas. Sabían que muchos pastores eran incapaces de renunciar a alguna comodidad para salir a buscar una oveja que se había extraviado. Sabían también que hasta los mejores pastores cuidaban las ovejas por interés, para tener lana, para tener leche, para tener un día la carne, pues nadie hacia este trabajo solo por amor a las ovejas.
Por todo esto, las palabras de Jesús cuando fueron dichas, antes de su misterio pascual, no tenían mucho sentido. Jesús les hablaba de un modo de ser pastor que ellos nunca habían visto antes y que en la realidad concreta sería un absurdo.
No podían ni imaginar que un pastor pudiera dar la vida por sus ovejas, esto era simplemente un disparate, un hombre vale mucho más que estos animales. Así como, no les era concebible pensar en la posibilidad que un Dios pudiera aceptar ser torturado y ser muerto para salvar a los hombres.
Por eso, yo me imagino la consolación y la fuerza que sintieron los apóstoles cuando empezaron a recordar las palabras de Jesús.
También nosotros estamos invitados en este domingo a escuchar a Cristo resucitado que repite a cada uno: “Yo soy tu buen Pastor. Y estoy dispuesto a sufrir todo de nuevo por ti. Soy capaz de dar mi vida para que seas feliz. Nadie me obliga, pero con el amor que te tengo, no puedo cruzarme los brazos y dejarte. No quiero perder a ninguno de los que el Padre me dio.”
Con todo, si de una parte esta nuestra relación con Jesús, buen Pastor, está marcada por su amor, de la otra parte exige de nosotros una actitud de plena confianza. Nuestra respuesta a este amor incondicional del Señor, tiene que ser de abandono, de entrega, de fe. “... sus ovejas lo siguen porque conocen su voz…”, “...a otro no le seguirán…”.
La relación con Jesús es una relación exigente. No es, más exigente para nosotros de lo que fue para él. Pienso que lo que puede motivar nuestra confianza y abandono, es el haber experimentado su amor. Es solamente esto que nos puede dejar seguros de que él jamás nos hará mal, ni jamás se aprovechará de nosotros. Su fidelidad, manifestada en la cruz, va más allá de cualquier prueba en la vida.
Entonces, una vez que decido ser su oveja, que acepto dejarme amar sin límites por él, debo empezar el proceso de entrega y de abandono.
Será fundamental aprender a decir: amén, hágase.
Descubriremos que hacer su voluntad, no nos destruye, y al contrario nos realiza en lo más profundo de nuestro ser. Pues su voluntad suprema es nuestro bien.
Conoceremos su voz, a través de la Biblia, de la Iglesia y de los signos de los tiempos. Y no nos dejaremos aludir por un mundo enmascarado, lleno de promesas falsas, pero que quiere manipularnos y explotarnos.
El Señor te bendiga y te guarde.
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.