- Por Mario Ramos-Reyes
- Filósofo político
Hace cincuenta años, el 27 de abril de 1973, fallecía en Toulouse, Francia, el filósofo francés Jacques Maritain (1982-1973). Había sido, durante su larga vida de 90 años, quizás, el teórico más lúcido de una democracia con contenido cristiano. Digo quizás, pues hubo otros antes de él, como el caso de Luigi Sturzo (1871-1959), quienes elaboraron una serie de principios para que la alternativa a las ideologías sea un sistema laico, republicano, democrático y, sobre todo, cristiano. Para no pocos en este tiempo, esta pretensión estaría no solo desfasada, sino etiquetada de superada fracasada, cuando no de fundamentalista y reaccionaria. Aún más, por el proceso de damnatio memoriae –cancelación y distorsión– a que está sometida la experiencia cristiana hoy, la democracia como tal pretende reclamar una identidad laicista. La de ser neutra, objetiva, exenta de las excrecencias religiosas, puesto que se afirma, la religión ha sido causa de guerras y discursos de odio. A esta democracia posmoderna, ya sea que se encarne en el progresismo de los ricos o populismo de los pobres –no le interesa la verdad, ya que todo es relativo conforme a lo que los partidarios– en irónica expresión de Richard Rorty (1931-2007): “Te permiten decir en cada ocasión sin objetarte nada”.
La propuesta de Maritain se funda en el carácter normativo de la fe cristiana. Cristo es, después de todo, logos, razón. Y ese logos había inspirado los principios cardinales de la democracia moderna, como la dignidad humana o los derechos de las personas, la igualdad de los seres humanos y, sobre todo, la libertad. El impacto de su pensamiento fue inmenso, sobre todo en América Latina. No es de extrañar que, a su fallecimiento, el senado chileno –el presidente Eduardo Frei Montalva (1911-1982) fue su gran discípulo– le rindiera un homenaje memorable. Eran otros tiempos. En nuestra época posliberal donde el Estado se ha constituido en instrumento de promoción de una cultura irracional, y contraria al sentido común –el wokismo– la sola mención de tal homenaje aparece como sospechosa de conspiración religiosa cuando no de una inexplicable nostalgia.
DEL SUICIDIO A LA FE DE LA IGLESIA
Jacques Maritain nace en París en 1882. La época de su juventud fue la de la Tercera República, que tuvo tendencias republicanas. El liberalismo, como ideología de la libertad humana, impregnaba todos los aspectos de la vida francesa. El marxismo, asimismo, era visto como una nueva forma de redención. Maritain compartirá este segundo ideal, y aunque criticará a la ideología socialista más tarde, mantendrá siempre su amor por la clase trabajadora. Conoce entonces a Raïssa Oumansoff, la que se convertiría en su compañera de toda la vida. Raïssa y Jacques habían pasado por experiencia de vacío espiritual. Agnósticos, el suicidio les parecía la salida más honorable en un mundo sin significado último. Habían pactado su muerte. Pero dos encuentros impiden ese acto desesperado. El encuentro con el filósofo Henri Bergson (1859-1941) y luego con el poeta León Bloy (1846-1917). Bergson les enseña que un conocimiento de lo suprasensible era posible. Bloy les muestra el rostro de lo absoluto. La amistad de Bloy produjo un resultado extraordinario: el 11 de junio de 1906, los Maritain eran bautizados en la iglesia de San Juan Evangelista en Montmartre.
DE LA TEORÍA A LA PRÁCTICA
El joven Maritain inicia así su larga vida de dar razones a su fe: intellego ut credam. El sacerdote Humbert Clérissac le acerca a Tomás de Aquino y queda fascinado. Así, repetiría durante toda su vida el lema –parafraseando a San Pablo– “¡Ay de mí si no tomistizo!”. El santo De Aquino le enseña que la fe cristiana se funda en la inteligencia. Comienza a escribir sus obras memorables: “Introducción a la Filosofía”, “Antimoderno”. Hace no solo filosofía teórica, sino que se aboca en la práctica, la política. Se compromete con la antirrepublicana Acción Française por un tiempo, hasta que la rechaza y escribe lo que sería, en los años 1920, el inicio de su visión del contenido cristiano de la democracia. El rechazo de Maritain a la Acción Française tendría una gran repercusión en España y América Latina donde se juzgaba el giro de Maritain a los ideales democráticos como un acto de traición. Pero hubo un grupo de intelectuales que, por el contrario, serían impactados positivamente. Pero fue la publicación de “Humanismo integral”, en 1936, la obra que justificó teóricamente la posibilidad de una democracia diferente, con contenido cristiano. En ese contexto, Maritain visita Sudamérica en julio de 1936, generando un tremendo impacto, particularmente en Argentina.
LA NUEVA CRISTIANDAD
Maritain propuso una sociedad democrática moderna, cristianamente inspirada: una nueva cristiandad. Varios aspectos pueden ser mencionados. El pluralismo como valor, donde se afirma la tolerancia cívica y el respecto a la libertad de las conciencias. La libertad como una expresión de la dignidad humana como bien a defender. Esta indica la relación al ser humano –persona irrepetible– que como sujeto requiere y exige protagonismo ciudadano. Se aleja de aquellas pretensiones que afirmaban que el Estado posee primacía sobre el sujeto o que la verdad se imponga desde el mismo. En todo, el fermento evangélico debe generar la cultura y los valores cristianos desde abajo, en una sociedad donde la convivencia es lo que son diferentes, garantizando la libertad religiosa de todos.
Así, democracia, constitución, libertades civiles, derechos humanos, laicidad del Estado, libertad religiosa, división de poderes, etcétera, son palabras que se entienden mejor, en la tradición cristiana y sobre todo católica, a partir de la propuesta de Maritain. Será uno de los miembros que redacta la Declaración de los Derechos Humanos en San Francisco en 1948. Pero como era de esperar, sus ideas fueron (y aún lo son) criticadas. Fue acusado de todo: secularista, hereje, liberal, relativista, rojo. En América Latina, sin embargo, la declaración de Movimientos Socialcristianos en Montevideo de 1947, inspirada en su propuesta, impulsó a los líderes democráticos que vendrían después: Rafael Caldera, Eduardo Frei, Amoroso Lina, Manuel Ordóñez, entre otros. Hoy, todo eso permanece en el olvido, pues la pretensión el discurso democrático actual rechaza la moral cristiana por su visión del matrimonio, de la vida, de la libertad y la verdad. Sin embargo, y por ello mismo, las ideas de Maritain son más urgentes que nunca: las democracias secularistas actuales no son compatibles con la libertad religiosa, con el debido pluralismo político, y la legítima convivencia entre creyentes y no creyentes. Hoy se prescribe que el Estado deba ser laicista, lo que implica imponer una visión de la sociedad única a través de la educación monopólica. Maritain propone, por el contrario, una mano suave, prudente, para avanzar leyes de contenido moral, de una moral del bien objetivo, que haga posible la convivencia con los diferentes. No un laicismo, sino una laicidad del Estado. Sería, así, no un hereje liberal o totalitario, sino, más bien –al decir del comentarista del New York Times Ross Douthat–, un liberalizador al reorientar la sociedad hacia el bien común y, en última instancia, hacia el bien supremo.