- Por Pepa Kostianovsky
Difícil debe ser encontrar, en los alrededores por lo menos, un tipo más jodido que el cura.
Y miren que la fauna política se destaca por la alta demografía de jodidos. El que se mete en esa cancha ya tiene que ser nomás cuchillero de doble filo, y ambidiestro, por si cambia el viento.
Pero este personaje tiene además la habilidad de haber andado disimulando los juegos de cintura debajo de la sotana. Con lo que junta ya de años el arte de servir a dos amos, o sea corretear de un lado a otro como péndulo en tormenta. Al reparo de su estirpe partidaria, y al amparo de la santa madre.
Vale decir, que sabe hasta lo que todo el mundo sabe, más los secretos de confesión, más los de alcoba. Conoce el modus operandi de cuanto pecado haya, incluso de los que no tienen círculo asignado en el infierno.
Con todas esas mañas, se dio el lujo de caer cual populista mesiánico, en la inquieta ansiedad de la mitad menos uno, o la mitad más dos, por ahí anduvo, de los paraguayos aburridos del Partido Colorado.
Incluso muchos a quienes ni les fastidiaban los colorados, se entusiasmaron con esa novedad de Superman con sotana. Y no solo armó sus huestes, las multiplicó y las entusiasmó, sino que consiguió amigos, de aquí y de allá, que le financiaron la organización el movimiento.
En resumen, juntando a zurdos, fachos, altos, bajos, feministas, beatas, entusiastas, aburridos, teóricos, militantes, y lo que por ahí hubiera, logro lo que parecía imposible. Ganarle las elecciones generales a los colorados.
El apoyo variopinto lo obligaba a gobernar con destreza. Pero el Fraile parecía tener muñeca de comandante. Se mantenía en un podio de pilares multicolores, solo equiparables en la medida de sus diferentes ambiciones, pero el cura los manejaba a su modo.
Y cuando intentaban asomar la cabeza, los decapitaba. Como les pasó a sus aparentes favoritos, sus portaestandartes, sus más relucientes cortesanos. Efraín y Rafael.
Venían pintados como sus herederos, sus hijos, sus “continuadores”. Para la opinión pública no había dudas, y ellos mismos parecían segurísimos. Hasta que un día, el Pater habló: “¿Quién les dijo?”. “¿Quién les dio permiso”.
Y los chutó, sin contemplaciones. Les sacó sus poderosos ministerios y los puso de patitas en la calle, con toda su infantería.
Al cura se le empezaron a desequilibrar los pilares, y ya todos saben cómo acabó la historia.
Pasaron los años, pero al parecer, no los rencores.
Efraín, de alguna manera consiguió tomar las riendas nuevamente de una Concertación aún más variopinta que la antedicha, y hoy pretende llegar a puerto juntando galeotes. Necesita los del cura.
Y el cura, pobrecito, a quien la salud no lo acompaña, está ahí, con suficiente lucidez como para encabezar una lista de senadores, pero algo confuso en eso de la memoria de sus rencores.
¿Efraín? Me suena, ¿quién era? ¿Aquel liberal? Algo pasó con él, ¿qué era? Algo, algo… no me acuerdo muy bien.