• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Cada presidente está obligado a superar a su antecesor. Con esta cantaleta, el ex mandatario y actual director de Yacyretá, Nicanor Duarte Frutos, ha venido incordiando el sano juicio y el buen gusto tratando de convencernos, con zalameros lengüetazos, de que Mario Abdo Benítez es mejor que todos sus antecesores. Incluyéndose a sí mismo, obviamente, de acuerdo con sus públicas manifestaciones, de rara humildad. Lo que certifica que el zoquete es capaz de derretir la más rancia soberbia. Al menos, en tanto dure la dolce vita. No se precisan exploraciones sociológicas ni hipótesis encriptadas para refutar tan burdo argumento comparativo. Un sofisma invendible que se destruye por su propia inconsistencia.

Y por la consistencia de las estadísticas, y hasta los números más sencillos de entender, que evidencian el rotundo fracaso en desarrollo humano, con miles de familias que fueron degradadas de la pobreza a la pobreza extrema. Con un sistema educativo que sigue zozobrando en la incertidumbre. Y un cuadro de salud que sufre de pulmonía ante el primer estornudo, desmintiendo aquello de que es una de las áreas donde se registraron históricas e inéditas inversiones. Todas las obras de este período se realizaron sin planificación, sin estrategias de Estado ni ensamblajes interinstitucionales, que más sirvieron para graficar los monolitos (y algunos monumentos) a la corrupción por los excesivos sobrecostos que fueron detectándose en los últimos meses.

Se priorizaron rutas en detrimento de escuelas y colegios porque el negocio estaba en la provisión monopólica del asfalto a las constructoras vialeras. Para los de memoria débil y los deliberadamente amnésicos, recordemos que dicha empresa es propiedad del presidente de la República. Es cierto que Marito enfrentó crisis excepcionales. Pero le sirvieron de pretexto para elevar la corrupción a esos mismos estándares.

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El vocero, prácticamente exclusivo, del gobierno más corrupto de la transición democrática, es, precisamente, Duarte Frutos, confirmando, una vez más, su inveterado servilismo y abyección a los poderes de turno. Lo que se olvidó de subrayar es que las obras (las presuntas y las reales) fueron simples accesorios para el enriquecimiento ilícito y para incrementar el patrimonio de aquellos que ya tenían una fortuna sin más oficio ni trabajo conocido que el papel de garrapatas prendidas a las ubres del Estado. El propio Nicanor convirtió Yacyretá en el patio trasero de sus espurias y desordenadas ambiciones personales. Se dejó seducir, sin mucho esfuerzo, por el “lupanar” al que tanto había criticado en su época de presidente. No tuvo escrúpulos ni pudor para llenar la entidad binacional con clanes enteros. Escandalosos nombramientos y recategorizaciones que ni siquiera pasaron por el filtro del cerebro, sino por algún otro órgano de la anatomía humana. Mientras, la gente moría por falta de oxígeno, medicamentos e insumos en los hospitales.

Si utilizáramos la técnica parlamentaria, diríamos que Juan León Mallorquín ya se anticipó cien años a lo que nos hubiera gustado escribir. En especial referencia a los rostros más execrables de este gobierno de ruines: “Hay quienes no pueden vivir fuera del presupuesto y del calor oficial, flotan en todas las situaciones, no desperdiciando oportunidades para patrocinar negociados a expensas del tesoro público (...) Felones y truhanes, desde la sombra, en aras de intereses subalternos, se confabulan, coreados por cortesanos y fósiles políticos, contra la honestidad, la probidad, la rectitud, que les estorban el paso (…) Demagogos rutinarios y audaces que, usurpando el lugar que corresponde al mérito, pretenden erigirse en directores de pueblos”. Hombres rústicos, agregaría yo, de agreste ordinariez que, incapaces de convivir con la decencia, abdicaron de cualquier principio de honestidad, de racionalidad y de fe cristiana para acometer sin compasión contra los recursos que debían ser destinados para mitigar el impacto brutal provocado por la pandemia del covid-19.

Y en esos tiempos de calamidad que arrastraron a la muerte a casi 20.000 compatriotas –hombres, mujeres y niños–, en Yacyretá descubrieron la atractiva tentación de lucrar con víveres que debían paliar las necesidades lacerantes de los sectores más carenciados de nuestra sociedad. Todo a su tiempo. Inapelable sentencia del libro de Eclesiastés. El nuevo fiscal general del Estado tendrá, indudablemente, recarga de trabajo a partir del 16 de agosto de este año. Empezando por abrir las cuentas secretas de los gastos sociales de las dos empresas binacionales, generosas fuentes de latrocinio y privilegiada buena vida.

Superar la pobre, mediocre, improvisada y corrupta gestión de Mario Abdo Benítez no será ningún desafío para cualquiera que gane las elecciones el próximo 30 de abril. Ya lo dije una vez y me reafirmo: solo hay que hacer todo al revés. Decretar una implacable persecución a la impunidad (el plato favorito de este gobierno), elegir a profesionales idóneos (competentes, responsables y con autonomía moral) para ejercer los cargos, desterrar las improvisaciones, exiliar las malas compañías y denunciar a todos aquellos que envilecieron el servicio público con su angurria y codicia. Con esto será suficiente, para empezar. ¿Mejor que Marito? ¡Hasta ñakyrã pire! Buen provecho.

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