- Por Pepa Kostianovsky
La primera en lanzar el exabrupto fue la poco graciosa directora de FMI, quien ya hace unos cuantos años se largó con el comentario de que “uno de los mayores problemas de la economía mundial consistía en que los adelantos científicos habrían aumentado el promedio de vida humana y, a causa de ello, la clase productiva cargaba por un tiempo duplicado con el sustento de la clase pasada a retiro”.
En resumen, como en los siglos anteriores el promedio de vida del ser humano rayaba los 55 años, hoy estamos por los 65 y hasta rayando los 70. Y el mundo está “soportando la carga” de... nosotros. Sí, señoras y señores, el problema somos nosotros, que nos rompimos el lomo durante 30 o 40 años, haciendo a mano o a pala, diez o doce horas por día, sin conquistas laborales, ni aguinaldo, ni vacaciones. Aportando a sistemas jubilatorios que fueron cotos de caza de funcionarios corruptos.
NADIE SE ALARMÓ
Hace poco lo largo por ahí, en uno de esos cónclaves pluridoctrinarios y polidisparatarios en los que los países gastan fortunas para tomar decisiones que ninguno cumple, un bien alimentado representante de alguna ONG (porque por si poco tuviéramos con sustentar gobiernos obesos, también nos han inventado las organizaciones no gubernamentales, todas muy pitucas y poco útiles). El caballero de marras volvió a largar la rotunda afirmación de que “el presupuesto no alcanza para dar de comer a tantos “adultos mayores”. Porque, eso sí, son educados, ya no nos llaman viejos, ni siquiera ancianos. Ahora somos adultos mayores, y muuuuuy pesados.
Y para terminar de aproximarnos al exabrupto, lo largó el otro día, muy suelto de cuerpo, el señor presidente de la Nación Argentina. “Los viejos viven demasiado”. Los sistema jubilatorios no están preparados para mantenernos por 15 o 20 años (y de paso robar lo que robaron durante los 30 o 35 en que aportábamos).
Resulta que la ciencia ha tenido la cortesía de encontrar fórmulas que lidien con nuestras, diabetes, esclerosis, colesteroles. Ahora hay pastillitas que destapan nuestras arterias, rehabilitan nuestros pulmones, reemplazan nuestros estrógenos, nuestros colágenos. Y ni siquiera hace falta que nos despanzurren para librarnos de apéndices, próstatas, miomas o células cancerígenas. Pueden entrar con bisturíes y cámaras por pequeñas incisiones que ni dejan marcas.
Ni hablar de los diagnósticos, para los que basta con que nos saquen un chorrito de sangre y lo miren en el microscopio, o que nos metan en unos modernos sarcófacos y puedan ver con toda claridad lo que transcurre en nuestras tripas e interiores varios.
Una maravilla. Hay vitaminas, probióticos, omegas, nanopartículas teledirigidas.
Hay de todo. El que no vive hasta los 80 es porque no quiere. O porque su obra social no lo cubre y ni hablar de los servicios de salud estatales. Definitivamente, los servicios de salud no tienen espaldas para aguantar el costo de esas cosas tan sofisticadas que combaten el envejecimiento.
Los viejos vivimos más años, pero el 90% de nosotros no tiene acceso a lo que la ciencia nos ofrece.
Y aunque celebremos la noticia de que la universidad de allí o la multinacional de allá hayan descubierto la pastillita que necesitábamos. Cuando esté en el mercado, no va a ser accesible para los presupuestos.
Porque podemos mantener Estados y supraestados, gastar en misiles y en ejércitos, pero los viejos somos demasiado cargosos.
Por el momento lo dicen de vez en cuando como para que la idea vaya tomando carácter de opinión pública. Pero por supuesto que ya de hecho la mayoría de los sistemas jubilatorios, públicos y privados no los cubren. Los sistemas de salud los regatean.
En poco tiempo aparecerán otras sutiles discriminaciones. Y no nos extrañe que hasta aparezcan atractivas ofertas, como descuentos en servicios fúnebres a los que se mueren antes de los 65. O cruceros a las Bahamas para “adultos mayores”, a precios irresistibles, pero con el compromiso de morirse antes del fin del viaje, all included, por supuesto, hasta el entierro en altamar.
Resulta que la ciencia ha tenido la cortesía de encontrar fórmulas que lidien con nuestras diabetes, esclerosis, colesteroles. Ahora hay pastillitas que destapan nuestras arterias, rehabilitan nuestros pulmones, reemplazan nuestros estrógenos, nuestros colágenos. Y ni siquiera hace falta que nos despanzurren para librarnos de apéndices, próstatas, miomas o células cancerígenas. Pueden entrar con bisturíes y cámaras por pequeñas incisiones que ni dejan marcas.