• Por Gabriela Teasdale
  • Socia del Club de Ejecutivos

La semana pasada, Paulina Cañete relató a los medios cómo su hija dio a luz en el piso del Hospital Nacional de Itauguá, donde ingresó con urgencia para el trabajo de parto, pero no fue asistida correctamente. El recién nacido terminó en terapia intensiva en estado delicado, con la piel azulada posiblemente producto del frío por las condiciones en que se realizó el parto. La mamá también debió recibir cuidados especiales. Las imágenes que circularon en las redes sociales fueron impactantes y trajeron a la palestra el debate sobre la deficiencia de los servicios sanitarios del Estado.

Es un vía crucis que enfrenta la mayor parte de la población que no puede acceder a un seguro de salud privado y tampoco tiene cobertura bajo la seguridad social. Y termina inmersa en esta especie de lotería, donde solo si la suerte está de su lado, encuentra un doctor con buena voluntad, una cama libre, o un equipo de diagnóstico sin desperfectos. Lo triste es que por cada caso que se difunde, hay cientos que no ven la luz y tienen probablemente consecuencias similares.

Acabamos de salir de una pandemia que nos dejó muchas lecciones. Una de las más importantes fue que los sistemas de salud deben estar preparados para lidiar con imprevistos de todo tipo. Y un parto es un evento de lo más corriente en todos los hospitales del mundo. Durante la emergencia sanitaria se destinaron millones de dólares a mejorar las instituciones encargadas de brindar asistencia a la población. Esos fondos salieron y saldrán mayormente de los impuestos que todos pagamos. ¿Qué se hizo? ¿Qué pasó ahora que logramos salir de esa crisis?

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El incidente del recién nacido terminó con protestas del personal de blanco y la renuncia de la directora general del HNI, pero me pregunto, ¿es eso suficiente? ¿No deberíamos cuestionarnos más como sociedad para tratar de abordar estos casos de otra manera?

Creo que en este punto debemos interpelarnos sobre el tipo de liderazgo que se asume en la conducción del Estado. En especial, porque de eso depende la articulación de esfuerzos y la movilización de recursos para dar las respuestas que la sociedad necesita. Poner énfasis en la capacidad de influir de manera positiva en el desarrollo personal de los trabajadores o servidores públicos mediante el compromiso, la motivación y el estímulo intelectual.

Que nuestros médicos y personal de blanco tengan habilidades para asumir funciones y puestos de responsabilidad, que manejen la inteligencia emocional, que adquieran capacidades comunicativas para saber escuchar y empatizar. Estos aspectos no pueden quedar afuera de la ecuación y pueden marcar la diferencia, especialmente en un entorno complicado en el que la precariedad está a la orden del día. No pensar en un solo líder, sino en un equipo que actúa para optimizar resultados en un ambiente que puede ser desalentador. Y así poder ir cubriendo de a poco las enormes carencias y dificultades que no nos dejan avanzar como nación.

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