- Por Felipe Goroso S.
- Columnista político
Cuando sea grande quiero ser de la Concertación de Efraín. Puede ser del efrainismo mismo o de alguno de los grupos satélite que la integran. Son como si hubiesen plantado semillas, regado y luego reproducido pequeños efraincitos rabiosos -se autoperciben como los más “cool”, buena onda, nangá ellos nomas luego- en esta campaña han guardado en un bolso (no se adelante ni sea mal pensado) todo ese rencorcillo de adolescente, cheto ñembo revolucionario. De los que añoran lo que nunca han vivido. Ahora le han agregado a su imagen, camisas de 200 dólares, mangas largas pero remangadas hasta el codo porque hay que transmitir que les gusta el trabajo, que no se va a correr raudo y veloz a kilómetros de distancia al ver una pala.
Quiero ser de la Concertación de Efraín porque es como nacer con la garantía de que no te van a juzgar por absolutamente nada, sea lo que sea que haga. Como traer siempre en los profundos bolsillos un carnet de juez (además de presidente) moral de la República. Quiero ir por la vida con la seguridad de que soy el más lindo del barrio, que nunca me equivoco y que estoy en el lado bueno de la historia de la política paraguaya. Que la única con la suficiente altura para juzgarme será la historia, sabiendo que llegado ese momento será apenas la cantidad de cosas dichas en discursos y no la sarta de cosas que hice, serán las varas que midan mi desempeño político. Porque el discurso aguanta todo. O casi.
Y si llegasen a pillarme en alguna tropelía, podré solucionarlo asignando culpas en otros. Casi siempre los que están en frente, y si eso no alcanzase, incluso mis propios compañeros y aliados. Todos serán culpables, menos yo. No estoy para andar reconociendo errores. Eso es para los comunes. Que nada puede poner en riesgo la sacrosanta cruzada que el destino me asignó en los tiempos que recorría los pasillos de la facultad tratando con casi nulo esfuerzo de pasar de curso con las notas más bajas posibles: el de que algún día los paraguayos al fin vean mi potencial, aprendan a votar y el país se vea bendecido teniéndome como presidente de la República. Que para eso fui hecho. Para nada más.
Espero ser de la Concertación de Efraín en el convencimiento de que estoy desperdiciando tontamente la cuota que me toca de aire respirable en este mundo sin ser parte del poder. He cometido el error, culpa mía fue y de nadie más por inconsciente, de manifestar públicamente que todo lo que no venga de mí es parte de la mafia. Algo que me sale en serie, como fábrica de chorizos. Apenas me levanto al mediodía, tomo impulso y luego de contemplar con satisfacción el mágico ropero donde guardo cosas de muchísimo más valor que un par de medias y anatómicos, me lanzo al sacrificado espejo aquel que no me miente y me dice lo bueno que sería para esta tierra que sea presidente. Pero que no soy responsable de que aquello me salga mal por, no sé, falta de esfuerzo, de atención, de dedicación, de mérito, de constancia, o por mala suerte, se debe a que hay un culpable. Llámalo Partido Colorado, llámalo tonto electorado que no comprende lo brillante que soy o directamente, lo que nunca falla: culpa de Horacio Cartes. Quiero poder confundir tranquilamente la igualdad de oportunidades con la de resultados. Porque yo no querré asegurarme de que todos tengan la posibilidad de trabajar, lo que quiero es que cualquiera pueda tener un subsidio, o regalarle tierra (aunque ya tenga propietario) o casa (aunque otro ya la haya pagado) sin importar ni medir el merecimiento. Además, también quiero que nadie cobre lo que pueda obtener por su esfuerzo, sudor y capacidad. Excepto en mi caso propio, porque me estaré encargando de que todos sean iguales para abajo. Y semejante tarea debe estar pagada. Muy bien pagada.
Quiero ser uno de ellos porque estoy absolutamente convencido de que hasta que hice mi aparición en la vida política del Paraguay nadie había detectado ni un solo problema ni mucho menos intentado brindarles soluciones. Que conmigo empiezan todas las cosas buenas y por fin la ciudadanía recibirá lo que le corresponde en su exacta medida. Por ejemplo, que los jóvenes sean admitidos en la carrera que eligieron sin siquiera rendir examen de ingreso. Mañana pueden ser médicos que deban salvarnos la vida o ingenieros que diseñen represas. Es lo de menos.
Con todo eso creo que será suficiente. Y para lo haga falta, consigo alguien que me haga un par de encuestas a medida y me diga lo churro que soy. Que todo el mundo me quiere y que ganaré todo. Y si luego resulta que me doy de brices con la realidad, voy y quemo el Congreso o le echo la culpa a medios de comunicación como este que tiene la osadía de publicarme verdades del desmadre que fue y es la administración como presidente del partido. O mejor, la vieja confiable: la culpa es de la mafia.