- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
La hostilidad hacia Santiago Peña de parte de algunas “élites pensantes”, autopromocionados intelectuales, diletantes de diversos rubros, lectores de contratapa, corporaciones mediáticas, abigarrados colectivos y periodistas de Twitter es inocultable. Y fácilmente verificable por la repetición sistemática del mismo fenómeno. Una investigación a profundidad haría cuantificable el hecho, dándole estatus de ciencia, validada por la experiencia. Aunque los enemigos del Partido Nacional Republicano pretendan escudarse bajo la pureza de la objetividad crítica, la pasión termina por devorarlos, desbordarlos y desnudarlos, arrebatándoles indicios de credibilidad, porque la formulación académica es superada por la prédica panfletaria, la denostación y la diatriba. La idea misma es derrotada por el libelo. Algunos asumen con honestidad su indomable anticoloradismo. Son más respetables que quienes intentan distraernos con el ropaje de la “independencia” y el “amor a la patria”. De mi parte, escribo en un diario que no oculta su identidad política. Los que me leen –aunque sean tres o cuatro, como diría Enrique Vargas Peña– conocen de antemano mi posición ideológica. No necesito convencerlos.
De todo cuanto diga Santiago Peña han convertido en escándalo nacional. El último ítem de la agenda de la alternancia es su presencia en programados debates. Si yo fuera el candidato del Partido Colorado y con la formación intelectual que tiene su real representante, asistiría. Ignoro las razones de su equipo estratégico, que, por algo, adquiere ese nombre. Y, sobre todo, conociendo el aburrido guion de quien aspira por tercera vez a ganar unas elecciones presidenciales, Efraín Alegre. Sus absurdos no resisten la más mínima embestida de la lógica, como aquellos que desnudan su esguince mental de que, “a través de Peña (si llegara a ganar), Cartes (Horacio) buscará su reelección” o que “el principal proyecto de Peña es la salvación personal de Cartes”, negociando con Estados Unidos y Brasil por “encima de los intereses del Paraguay”. Si la locura no tiene fin, este es su mejor parámetro.
En lo concerniente a los debates, nadie se escandalizó cuando Fernando Lugo dejó de asistir a las dos o tres últimas invitaciones. Participó de las primeras, una de ellas en un mano a mano con Blanca Ovelar, en un pequeño e incómodo estudio de la entonces radio Cardinal, en Lambaré. El moderador fue Luis Bareiro. A pesar del reducido espacio, nos agenciamos con Miguel Ángel López Perito para ubicarnos en sendas esquinas. Cuando el ex obispo de San Pedro vio en mis manos un montón de folletos de “Por qué soy colorado”, de Carlos Miguel Jiménez, me pidió uno, con la siguiente aclaración: “Yo soy más colorado que muchos de los afiliados”. Y con ese discurso nos ganó. Más la traición de Luis Alberto Castiglioni y el lenguaje disociador, prepotente y desquiciante de Nicanor Duarte Frutos, entonces presidente de la República, y quien justificadamente se ganó el inmortal apelativo de “mariscal de la derrota”. En los siguientes encuentros, Lugo ya no asistió. Recuerdo específicamente uno que se desarrolló en las instalaciones de Telefuturo. Lo mismo hizo Mario Abdo Benítez en las internas de la Asociación Nacional Republicana del 2017. Aparte de esa coincidencia de ser renuentes a los debates, ambos, Lugo y Abdo Benítez, ganaron sus respectivos desafíos electorales.
Este asunto de los debates criollos no tiene ningún parentesco con los que se realizan en países del primer mundo y con millones de habitantes. Para ser más precisos, Estados Unidos, por ejemplo. Aquí no sirven ni para definir a los indecisos. Solo para el morbo o las interpretaciones al antojo de cada medio de comunicación de quién ganó o perdió frente a las cámaras de la televisión. Para las últimas internas simultáneas de los partidos y movimientos políticos no hubo debate alguno. No recuerdo haber presenciado uno entre Santiago Peña y Arnoldo Wiens. Tampoco dentro de la Concertación Nacional. Y nadie se rasgó su túnica. Pero ahora es una cuestión de interés nacional.
Solo me resta especular que todo el equipo de Efraín Alegre y sus aliados mediáticos están conscientes de que las encuestas no están alejadas de la realidad. Tal vez, no en los porcentajes, sino en el resultado final. Me tocó completar una de ellas, preparada en una plataforma de internet por una empresa llamada Atlas Intel. Todo iba normal hasta que el tópico 27 me presenta cinco opciones de mensajes, todas de Alegre, imposibles de eludirlas para enviar mi decisión. Naturalmente, en ese multiverso, ganó Alegre por 2,1%. Resultado muy celebrado por todos los detractores de las encuestas dentro de la Concertación Nacional. Hay actitudes que no necesitan ser explicadas. Hablan por sí solas.
El primer debate que mi memoria registra fue entre Luis María Argaña y Juan Carlos Wasmosy. Al primero solo le bastó una popular expresión para ganar por basureada: “Quien no te conozca, que te compre”. También triunfó en las elecciones de diciembre de 1992, pero, finalmente, un nuevo Tribunal Electoral de la ANR le concedió la victoria a Wasmosy. No es este, precisamente, un buen ejemplo, pero sirve para matizar el ambiente. Después del 30 de abril tendremos más insumos para evaluar la influencia e incidencia en el electorado nacional de quienes no tienen más propuesta que la de “hay que desterrar al coloradismo”. Hasta entonces. Buen provecho.