DESDE MI MUNDO
- Por Carlos Mariano Nin
- Columnista
Puede ser una historia más, pero las historias siempre tienen mucho de ficción, hoy la realidad supera la más absurda fantasía.
Escuché ruidos en la calle y me desperté sobresaltado. Eran las dos de la mañana de un día cualquiera de marzo, pero parecía una calurosa noche de verano en cualquier lugar ruidoso del país.
Entraron a robar en la casa del vecino. Los gritos, las luces de la patrullera y los curiosos (como yo) habían tomado la vereda contando cada uno una versión diferente del robo.
Pero Benicio no tenía muchas cosas adentro. Le llevaron lo que encontraron en el vehículo estacionado en su garaje. Los documentos, la radio del auto, el extintor, el gato, la llave ruedas y la llanta de auxilio.
Esas cosas básicas que dejamos en el auto y jamás pensamos que nos van a robar y menos dentro de nuestra casa, pero ahí estaba, lamentándose por el vidrio roto que tendrá que reponer y la reparación del tablero y del portón, un gasto extra que siempre cae en mala fecha.
Eso sin contar los documentos que volver a hacerlos le va a robar tiempo que nunca sobra. Con instituciones colmadas de funcionarios, pero que nunca dan a basto.
Enseguida me puse en su lugar. Ya me había pasado. La misma rabia, la misma impotencia, esas ganas de encontrarte frente a frente con el ladrón, tener un arma y meterle un par de tiros. Esa decepción reflejada en su rostro y que se multiplica en la televisión, en cada noticiero, en cada crónica policial.
Le propuse hacer la denuncia y me sentí como el último estúpido del planeta.
-¿Para qué? Me dijo con cierto tono de resignación… y supe que en el fondo tenía razón.
La inseguridad nos agobia y nos desarma la esperanza.
La corrupción en la Policía es tal que ya perdimos la confianza. No es una novedad, es más bien un secreto a gritos. Son muchas las personas que recuperaron sus objetos robados, pero debieron poner dinero para hacerlo. Con dinero, todo se puede, incluso sobornar a alguien para que haga su trabajo.
Se repitió durante todo el Gobierno que descaradamente se llena los bolsillos como el ave de rapiña antes de abandonar a su presa.
Menos de 45 días nos separan de esta pesadilla.
Y es que ya no es novedad la contaminación en una institución que basa su fortaleza en la confianza de la gente. Sin confianza todo resultado es un mero golpe de suerte, o vendetta, o quién sabe qué.
Es tanta la desconfianza que hasta la propia forma en que se tejen los acontecimientos es de película.
Pero volvamos a Benicio, mi vecino, ¿Cómo le explico que haga la denuncia? ¿Cómo le digo que alguien que gana poco va a correr detrás de los ladrones que acaban de robarle a las dos de la mañana?
Es tarde y mañana hay que trabajar, porque así es la vida, es el proceso natural de una sociedad. Lo sabe Benicio que deberá pagar con su bajo salario y sin robar, la inutilidad de personas deshonestas y avivadas, que en el fondo no tienen la culpa.
No puedo dormir, estuve siguiendo el incendio de un depósito clandestino de combustible en Villa Elisa.
Enciendo la tele y veo una película de policías, narcos y delincuentes… la agarré medio por la mitad y no sé quién es quién… como acá en el día a día…
Es lo que hay.
Pero esa… es otra historia.