- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino.
Estamos en un tiempo fuerte de la cuaresma. Tiempo de conversión. Tiempo de renovarse en la fe y en la vida. El domingo pasado Jesús nos invitó a ir al desierto y reconocer cuáles son las tentaciones en nuestra vida y, con una vida de penitencia, vencerlas. En este segundo domingo de la cuaresma, Jesús nos invita a subir con él al monte Tabor y contemplar su transfiguración.
La montaña en el lenguaje bíblico es el lugar del encuentro con Dios, de oración, de intimidad con él. Jesús muchas veces se retira a la montaña para hacer sus oraciones. Todos nosotros estamos invitados a hacer esta experiencia. Experiencia fuerte de oración, contemplación a Dios y a su gloria. Pues más que cualquier otra cosa, es esto que nos hace capaces de recomenzar totalmente nuestra vida. Algunos teólogos llaman a una experiencia verdaderamente fuerte de Dios: “experiencia fundante”, pues es el fundamento, el motor de toda la renovación de nuestro modo de actuar, de pensar, de relacionarnos; en fin, de vivir. Sin esto, nuestro cristianismo queda siempre en la cáscara superficial y no es capaz de un compromiso con todo el corazón y con toda el alma. La cuaresma es un tiempo muy propicio.
El objetivo de la transfiguración parece ser el de preparar a estos apóstoles para poder soportar el gran momento de la pasión de Jesús. En nuestra vida muchas veces suceden cosas muy difíciles de sobrellevar, son pruebas durísimas, que exigen tener una esperanza de raíces muy profundas para no dejarnos caer en la depresión o en el pesimismo. Jesús ya sabía que llegaba el momento en que lo verían clavado en una cruz, tan desfigurado por las que ni parecería un hombre. Rechazado por todos. Despreciado hasta por aquellos a quienes había ayudado. Sin embargo, quería dejar en aquellos discípulos una imagen de su gloria que ciertamente les llevaría a sospechar delante de la cruz: “aquel Dios a quien vimos la gloria en el Tabor, no puede terminar así, hay algo más…”.
Cuando nosotros también en algún momento de nuestras vidas tuvimos la oportunidad de experimentar la gloria de Dios, su poder, su gracia, su amor... en un modo existencial, nos volvemos capaces de enfrentar hasta las pruebas más difíciles, los momentos más duros, la cruz, sin perder la esperanza, sin perder la paz. Nos tornamos invencibles. ¿Qué es lo que tenemos que hacer? Es necesario “subir la montaña”, es necesario buscar la cercanía con Dios, entregarse a la oración. Y esperar que Él te dé la gracia de su manifestación. Busquemos, hagamos nuestra parte, Dios sin dudas, en su tiempo, hará la suya.
Con todo, es importante saber que la “montaña” no es la finalidad. Es solo el medio. No podemos permanecer en ella siempre. A veces tenemos la tentación de una FE, que nos aleja de la realidad de la vida, que nos aliena; que quiere cerrar los ojos a la triste realidad social, política, moral... Esta no es la propuesta cristiana. Nosotros estamos invitados a contemplar la Gloria de Dios, pero después debemos bajar de la montaña, aun sabiendo que nos esperan cruces. Nuestra misión de cristianos es en la realidad concreta, no basta estar bien dentro de una iglesia, es necesario trasformar el mundo, aunque nos crucifiquen. Pedro con sus palabras “¿Quieres que hagamos tres tiendas?”, revela la tendencia de todos nosotros de querer quedar solo en lo bueno. Pero en esto, Dios no nos hace caso, él mismo después de la consolación nos lleva al lugar de la misión.
Querido hermano, querida hermana, aprovechemos bien esta cuaresma, dejemos a Dios que nos conduzca movidos por la fe, sea en la montaña del Tabor, sea en la montaña del Calvario, pues en las dos Él nos quiere mostrar su gloria, su proyecto, su amor, su fidelidad.
El Señor te bendiga y te guarde.
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.