- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
La interpretación contribuyó desde hace cien años para que el periodismo traspusiera los límites de la simple narración descriptiva y la literalidad expresiva. La incorporación de los datos antecedentes, el análisis y la valoración en el tratamiento de las noticias ubica al público dentro de un contexto determinado que le permite construir su conclusión individual a partir de hechos y manifestaciones explicados con fundamentos razonables, sin desbordar exclusivamente hacia la sesgada perspectiva de la opinión. Este es un aspecto diferencial de los artículos en que se pretende imponer la particular visión del autor para provocar la adhesión o el rechazo de la cuestión comentada. Digo “exclusivamente” porque la despersonalización absoluta es un ideal inalcanzable en el momento de darle significado a los acontecimientos. Pero se balancea equilibradamente cuando se proporciona al lector los insumos imprescindibles para la elaboración de su particular juicio crítico. Los relatos previos son esenciales para entender el origen de algunos eventos nuevos. Desde mi primera columna –hace exactamente cuarenta años– he procurado que el hecho analizado incluya las circunstancias que lo generaron, las motivaciones subyacentes y las narrativas precedentes. El consumidor final siempre tendrá a su disposición los demás elementos que le ayudarán a interpretar con despejada claridad las declaraciones y las acciones de los protagonistas de la información.
Es en el territorio de esa actividad envolvente del ser humano, la política –cuándo no–, que se contrastan con geométrico ritmo las inconductas, las incoherencias, la indecencia de algunos que han renunciado a todo escrúpulo a cambio de satisfacer su ambición de continuar medrando desde las entrañas del Estado, justificando la corrupción y exaltando la impunidad, como si la condición de funcionario público –sobre todo el de alto rango– fuera una cartera abierta para delinquir. De su patrón mental ha desaparecido la distinción entre la moralidad o inmoralidad de un acto administrativo. Con que responda a sus intereses es suficiente. Así, con el sello del tartufismo y el mercantilismo, fueron hollando el imperativo ético de la política: el bien común.
El discurso desquiciado del presidente de la República, Mario Abdo Benítez, del ex mandatario Nicanor Duarte Frutos y de algunos referentes menores del círculo palaciego, durante las internas del Partido Colorado, presagiaba entonces una reconciliación imposible entre estos personajes y los precandidatos del movimiento Honor Colorado. Naturalmente, siempre quedaba el último recurso de saciar con su propio vómito sus desmesuradas ansias prebendarias. El actual director de Yacyretá así lo hizo. Sacrificó ante el poder los últimos vestigios de la vergüenza y el pudor. Nadie como él denigró tanto al hoy candidato del Partido Colorado a la Presidencia de la República, Santiago Peña. Le menospreció, ridiculizó y sentó “doctrina” sobre su afiliación a la asociación política fundada por el general Bernardino Caballero. “Traiciona su historia por dinero, cargo y oportunismo”, pontificó para ensalzar, en contrario, al que en ese momento era el postulante de Fuerza Republicana, Arnoldo Wiens. En días posteriores lo calificó como “un hombre sin autonomía” y con su inteligencia “al servicio del mal”. Ahora, “el coloradismo ha superado el trance de las campañas difamatorias y algunas objetivas”, según su parecer, y “tenemos un candidato que está generando una gran confianza en el partido y más allá del partido y, especialmente, en sectores jóvenes. Tenemos una dupla que representa un poco a la generación actual (…) la necesidad de los relevos (mientras no le alcance a él) y eso se traduce en la figura de Santiago Peña y de ‘Mangui’ (Pedro) Alliana”. La euforia del triunfo electoral no debe sepultar estos comportamientos que el ilustre republicano Pedro Pablo Peña sentenciaba como “la grosería de los medios para alcanzar el éxito”. Por peligrosos para la democracia y para el partido.
Después de correr hasta la Junta de Gobierno de la ANR, con el pretexto de que estaría presente la dirigencia del departamento de Misiones, su “zona de influencia”, para abrazarse, con babeante sonrisa, con Santiago Peña (atrás quedaron las “intransigentes” posiciones de que “el oficialismo no tiene ningún interés de abrazarse con el cartismo”), el 12 de febrero trató de reforzar su relación con el candidato colorado: “Peña deberá demostrar que trasciende los intereses de Cartes (Horacio)”. Pero la cuña que trata de interponer entre ambos, para apoderarse de “Santi”, hasta ahora ha fracasado. Porque el lunes 13, el presidente de la ANR y el aspirante presidencial aparecieron juntos en dos actos. “Aquí (en la Junta de Gobierno) traeremos los problemas, mi querido Horacio, los desafíos en materia de financiamiento público, en materia de generación de inversiones, para que podamos discutir y enriquecer el diálogo dentro del Partido Colorado”.
Sospechando, en su acentuada paranoia, que esa relación (Cartes-Peña) podría poner en peligro su futuro en el poder (en caso de que triunfe la Lista 1 el próximo 30 de abril), le recomendó al candidato republicano –aunque sin ninguna autoridad moral– que debe demostrar independencia para evitar gobiernos bicéfalos (de dos cabezas), advirtiéndole, de paso, que “los títeres nunca pudieron gobernar el país”. Si no fuera por sus antecedentes, se le podría recetar la fórmula que Euclides Acevedo (otro candidato presidencial) le aplicó a monseñor Mario Melanio Medina: “Su decrepitud intelectual le hace caer en un desequilibrio ético”. No es este el caso. Porque Duarte Frutos siempre se dedicó a la práctica de reptar detrás del poder para el latrocinio. Y cuando habla de títeres, se proyecta a sí mismo, porque se volvió hábito en él ser marioneta de su propia codicia. Su interés es la medida de todas sus acciones. Ante el menor guiño del titular de la ANR se colgará de su cuello. Total “solo es política” y él es “un profesional de la política”. Paradójicamente, su errática conducta lo vuelve muy predecible. Los hechos están a disposición. El artículo es de mi responsabilidad. Y la conclusión de ustedes. Buen provecho.