Cuando en el cuerpo no funciona bien el sistema inmunológico, este está expuesto a cientos de enfermedades. Así también, cuando a una persona y a la sociedad misma le está fallando su sistema inmunológico está expuesta a cientos de enfermedades y a la misma muerte.

Perder la capacidad de discernimiento sería igual a tener un fallo en el sistema inmunológico.

Cuando perdemos la capacidad de discernir la verdad del error y no podemos reconocer el engaño a causa del relativismo, nos desviamos sutilmente hacia un territorio donde ya no hay verdad o ya no importa cuál es la verdad. No podemos perder el discernimiento ni la capacidad de distinguir la verdad del error, por sutil que esta sea.

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Ese peligro que puede matar a una sociedad hay que combatirlo, como diría el apóstol Pablo: “Destruyendo todo obstáculo de arrogancia que impide que la gente conozca a Dios. Capturamos los pensamientos rebeldes y enseñamos a las personas a obedecer a Cristo” (2 Co. 10:5, NTV). Hoy en día, más que nunca, muchos creyentes están cautivos en ideas o filosofías humanas que contradicen las verdades bíblicas.

¿Cómo podemos fortalecer nuestro sistema inmunológico personal, familiar y social como cristianos? Pablo dice: “No seamos más niños sacudidos por cualquier viento de doctrina” (Ef. 4:14). Un niño pequeño es totalmente vulnerable. Si encuentra en el piso una galletita o una pastilla o alfiler, lo meterá en la boca sin siquiera plantearse si conlleva peligro hacerlo. El conocimiento sano y los criterios bíblicos sanos nos dan la capacidad de entender el peligro, ya que tenemos la capacidad de distinguir la mentira del error.

Las peores mentiras son las sutiles, las que están disfrazadas de verdad, razonamiento o “popularidad” (lo que la mayoría cree), pero son como caballos de Troya que, una vez dentro, diseminan todo lo que tenían, contaminando todo.

Aunque es verdad que tenemos capacidad de distinguir la verdad del error de manera intuitiva a través de nuestra conciencia dada por Dios, es verdad también que como seres pecadores no podemos distinguir de manera natural la voluntad de Dios, o sea, lo que Él aprueba y lo que no aprueba. Esto solo lo logramos renovando nuestra mente a través de la Palabra de Dios.

El Salmo 119 es el capítulo más largo de la Biblia y, justamente, enaltece la Palabra de Dios. Arranca diciendo: “Felices son los íntegros, los que siguen las enseñanzas del Señor. Felices son los que obedecen sus leyes y lo buscan de todo corazón. No negocian con el mal y andan solo en los caminos del Señor. Nos has ordenado que cumplamos cuidadosamente tus mandamientos. ¡Oh, cuánto deseo que mis acciones sean un vivo reflejo de tus decretos! Entonces, no tendré vergüenza cuando compare mi vida con tus mandatos. A medida que aprendo tus justas ordenanzas, te daré las gracias viviendo como debo hacerlo. Obedeceré tus decretos. ¡Por favor, no te des por vencido conmigo” (1-8).

En pocas palabras, la manera de fortalecer el sistema inmunológico espiritual y moral de una persona y de la Iglesia en general es conociendo la Palabra de Dios. Esta nos dará el criterio necesario para entender qué le agrada a Dios y qué no. Nos dará los principios y valores para saber cómo vivir y qué hacer para agradar a Dios.

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