Desde tiempos inmemoriales, el mágico fenómeno de la eclosión de las tortugas marinas se repite cada año en remotas playas hasta donde los adultos unos 60 días antes enterraron sus huevos. Así, arrullados por el sol y mecidos por las olas, un día miles de bebés tortugas surgen de debajo de la arena para iniciar una demencial carrera por su vida. En breves minutos deben recorrer unos pocos metros para zambullirse en el océano salvador, antes de que las aves y cangrejos los devoren. Y, aún entonces, tiburones y orcas se sacian con miles de tortuguitas recién nacidas.

Este fenómeno me recuerda el que se producirá pasado mañana lunes, cuando miles de alumnos acudan a las aulas de todo el país. Con su uniforme impecable y su inocencia comenzarán su carrera en la educación.

Y como en el caso de las tortugas, allí también estarán los interesados, que a su manera buscarán sacar partido de esta eclosión. No serán aves ni cangrejos, sino sindicatos que, como cada año, renuevan su viejo discurso para –una vez más desde hace décadas– exigir en lugar de aportar, retrasar en vez de facilitar.

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También están atentos otros depredadores, de los que hemos leído en los medios en estos días, como el caso del entrenador y del radiólogo, que buscan una oportunidad al menor descuido.

Cada uno de esos miles de alumnos acudirá con su mochila de esperanza por un futuro mejor, con el esfuerzo que representa para sus padres.

Los pequeños correrán hacia su océano en busca de sabiduría, pero deberán sortear aulas a medio terminar, desperfectos que no fueron reparados por falta de presupuesto, baños sucios y sin agua potable, sin merienda escolar, también se repetirán los manejos administrativos poco claros que privan a estas tortuguitas de su derecho a una oportunidad en la vida.

Y después de toda esta demencial carrera, ¿qué les estamos enseñando? ¿Fechas de batallas? ¿Los mismos logaritmos de hace 50 años atrás? ¿El mismo teorema de Pitágoras? Pero nada sobre esos que en los portones de salida esperan con su mercancía de regalo que atraparán a unos cuantos y los llevará a la drogadicción.

¿Qué les estamos enseñando si los adultos son malos ejemplos, aunque de su boca surjan los mejores consejos? Los chicos ven a un presidente de la República ausente, más preocupado en su odio personal que en sacar adelante a la nación. Un mandante que no da explicaciones de en qué gastó tantos miles de millones de dólares que dejará de herencia a esos alumnos y sus padres.

Ellos ven a un candidato que engaña descaradamente y promete imposibles con tal de llegar al sillón presidencial, pero también ven a los demás adultos que lo rodean que callan, aunque saben que está mal mentir.

¿Qué les vamos a enseñar si ellos leen sobre la corrupción, sobre los negociados del gobierno, sobre la impunidad del Poder Judicial? Leen que el “Rey de los tortoleros” salió libre en pocas horas, escuchan cómo el sudafricano secuestrado fue asesinado, se enteran de que en la frontera otro periodista fue asesinado.

Miles de tortuguitas acuden a las aulas, pero a diferencia de antaño estas tienen celulares y están informadas. No se les engaña tan fácilmente. Forman grupos de Whatsapp, ya no se encuentran en la calle para jugar, pero al segundo saben lo que ocurrió con fulano aunque se encuentre en su casa al otro lado de la ciudad.

En dos días comenzará el éxodo de cada año, un gigantesco esfuerzo que merece mejor fin. Deberíamos reflexionar sobre qué recibirá cada tortuguita en las aulas, cómo protegerlas de los cangrejos o de los zorros disfrazados de oveja, pero sobre todo de que los adultos deben ser conscientes y enseñar con el ejemplo.

Los alumnos ven, entienden y se dan cuenta de que los adultos mienten. Dicen una cosa y hacen otra. Y eso les estamos enseñando.

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