- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
La relación entre el entonces presidente de la República Fernando Lugo y el Partido Liberal Radical Auténtico, salvo algunos dirigentes, en ningún momento tuvo las características de la correa de transmisión. Antes bien, fue ríspida, de marcada y mutua intolerancia, de agresiones teledirigidas que impactaban con la fuerza destructiva de un misil en el corazón mismo de la segunda fuerza política del país, que reclamaba más cuotas de poder, atendiendo a que, mediante su estructura, alegaban, el ex obispo de San Pedro había llegado a la primera magistratura de la nación. “No se llenan nunca”, fue la respuesta del mandatario. Para enero del 2010, a menos de un año y medio de gobierno, el senador Miguel Abdón “Tito” Saguier, el diputado Enrique Salyn Buzarquis y el vicepresidente de la República, Federico Franco, ya disparaban abiertamente al hígado y a los tobillos del jefe de Estado. Había que presionar con mayor dosis de bilis para hacerlo tambalear. O tumbarlo o que otorgue mayores concesiones (entiéndase, cupos en ministerios y binacionales) a su sostén político.
Aunque conocedor de lo que dice la Biblia, Fernando Lugo no se detuvo a pensar en su estabilidad política cuando lanzó la primera piedra. Fue al día siguiente de la liberación (previo pago de 500.000 dólares en concepto de rescate) del ganadero y actual senador Fidel Zavala, secuestrado durante tres meses por el denominado Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP). El 20 de enero, el presidente fustigaba a “la prensa oligarca” y anunciaba que “los partidos progresistas marcarán el futuro de nuestro país”, al tiempo de certificar la defunción de “los partidos tradicionales que hoy lloran por la leche derramada”. Inmediatamente después, el 28 de enero, destituye a Carlos Mateo Balmelli de la dirección general de la Itaipú Binacional y lo reemplaza por Gustavo Codas Friedmann (ya fallecido), quien se declaraba “militante de la izquierda democrática”.
Las internas del PLRA, que estaban fijadas para el 25 de junio del 2010, atizaron todavía más la ya imposible convivencia en el círculo del poder compartido. “Nosotros no contamos (para Lugo)”, reflexionaba “Tito” Saguier, del movimiento Por el Bien del Paraguay, respaldado por el vicepresidente Franco. “Yo parto de una realidad: esa realidad es la concurrencia de Lugo Méndez a esa reunión de partidos marxistas (la del 20 de enero). Él pensó en ir, no es una cosa accidental”, argumentó. Para Enrique Salyn Buzarquis, la presencia del mandatario en “ese acto de la izquierda fue una cachetada” para el radicalismo auténtico. Federico Franco criticaba ácidamente el “silencio cómplice” de los ministros de su partido. Apuntó directamente a la histórica división, según su percepción, entre “liberales estronistas y liberales; liberales argañistas y liberales; liberales oviedistas y liberales, y ahora, liberales luguistas y liberales; somos liberales a secas, como siempre fueron nuestros padres y como siempre vamos a seguir siendo”.
El fuego es apantallado por otro Buzarquis, Antonio, gobernador de Caaguazú, en abril del mismo año. “Pretenden que la izquierda tome el poder por la ventana, porque no lo van a poder hacer por los votos. ¿Con quién gobernador o con quién diputado van a trabajar si no tienen representación política?”, se preguntaba, mientras descerrajaba su tiro directo a la sien del “superministro Superman”, Miguel López Perito. Tampoco se salvaron los liberales que “se arrodillaron ante el poder, vendiendo y entregando su dignidad por algunos privilegios a costa de sus principios”. Como aquel eslogan proselitista, lo mejor estaba por venir. Fue el 2 de junio (siempre del 2010), cuando el presidente de la República acude al local del PLRA, durante el cual se presentaba el “Proyecto de innovación estructural del Poder Ejecutivo”. El cuestionamiento más liviano fue la comparación con el gobierno de Duarte Frutos (Nicanor) y que, incluso, el de Lugo era más corrupto. Fue otra vez Salyn Buzarquis el que le enrostró que “se siguen con los mismos vicios del pasado, se están usando recursos del Estado para hacer campaña política”. A los periodistas que tuvieron a su cargo la cobertura de la reunión les llamó la atención el “silencio absoluto” de los liberales luguistas como Luis Alberto Wagner, Ramón Gómez Verlangieri y Fernando Silva Facetti. Nadie atinó a defender al presidente.
En la fecha pactada se realizan las internas y Lugo se gana un balón de oxígeno con la victoria de Blas Llano como presidente del Directorio del radicalismo auténtico. Un año después (8 de junio del 2011), el mandatario destituye a Efraín Alegre de su cargo de ministro de Obras Públicas y Comunicaciones por no dedicarse con exclusividad “a las tareas propias de su cartera”. A los doce meses (22 de junio del 2012), el actual candidato de la Concertación Nacional opositora le devuelve una bolea ad-in, punto del juego. Vota a favor del juicio político y Lugo es destituido de su cargo. El 29 de ese mes, el defenestrado mandatario declara a los medios internacionales: “Los partidos tradicionales no podían aguantar a un sapo de otro pozo”. En agosto del 2015 se ratifica: “Nosotros sabemos bien, ya no nos engañan los partidos tradicionales. Las cúpulas solo piensan en ellos y para ellos”.
En diciembre del año pasado, Fernando Lugo aseveró en el Sétimo Encuentro del Grupo de Puebla que “la derecha está acorralada, el progresismo tiene un futuro prometedor en la región”. Ahora resulta que la derecha liderada por Efraín Alegre, con una acompañante ultra, utiliza la imagen del ex presidente que, con su voto, ayudó a destituir, ensalzándolo como el compañero del cambio que ya está llegando. Pero Fernando no habla. No sabemos si por impedimentos médicos o por su acostumbrada columna del medio. De estar siempre en el centro como boca de poncho. El tiempo aclarará este misterio. O, tal vez, nunca lo haga. Buen provecho.