- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
No es la coherencia nuestro plato fuerte. Y ahí hemos fracasado en la política, en el ejercicio de la profesión de periodistas y en la línea editorial de los medios de comunicación. Y podríamos ampliar este vicio del comportamiento humano a todos los estamentos de la sociedad alcanzando, incluso, al conglomerado de confesiones religiosas. Convengamos en que la generalización nunca es prudente ni recomendable. La multiplicación de las contradicciones en que uno es antagonista de uno mismo, en que prima el interés personal como medida de todas las acciones, no debiera llevarnos a la condena absoluta. Pero las excepciones tampoco tienen categoría para la absolución total. Entonces, nos atenemos a describir esa persistente dualidad que pretende ser presentada como un fenómeno normal, tanto a los electores como a los lectores (en el caso específico de los diarios, que es donde por más tiempo –una eternidad de archivos– se fijan las palabras). Sin un debate riguroso sobre estas atávicas debilidades y defectos que nos han postrado en un estado de raquitismo intelectual (con las disculpas a quienes están, por méritos propios, por encima de la medianía), nunca podremos alcanzar esa cultura democrática, aunque sea incipiente, por la que todos claman, pero a la que ninguno aporta. Salvo las escasas individualidades que lanzan sus edictos desde el campanario de las afirmaciones irrebatibles, como si fueran verdades reveladas. De ahí nuestra apreciación inicial sobre la incoherencia.
Hoy, a casi un cuarto del siglo XXI, no tenemos grandes intelectuales que exhibir en la vitrina universal. O, tal vez, ni siquiera regional. Y cuando digo intelectuales no me refiero a los repetidores o interpretadores de textos ajenos, sino a los que son capaces de construir su propia visión problematizadora de la realidad. Creadores, no simples imitadores. Ya no recitan los clásicos manuales, sino que escriben los suyos. Son los que lograron superar el claustro de la cátedra para convertirse ellos mismos en escuela. Dejan de ser discípulos para asumir el papel de maestros.
La cultura interesa poco o nada a la clase política. Por tanto, el Estado es prácticamente invisible en ese territorio. Por eso, también, en líneas precedentes hice mención a los que por méritos propios se impusieron a la chatura. Nadie, o casi nadie, se preocupa por las políticas públicas que apuntalen la creatividad y el espíritu innovador (en todas las competencias del saber) de aquellos jóvenes que luchan por no renunciar a sus sueños. Solos. Estamos planteando un Estado promotor, no creador, de cultura. Sin esa revolución necesaria seguiremos anclados cien años atrás, tal como ya nos advertía en la década de los ochenta del siglo pasado Augusto Roa Bastos. Sin esa plataforma previa, repito, ningún proceso de transformación tendrá resultados satisfactorios y duraderos en nuestra sociedad. Y seguiremos remendando las viejas vestiduras con retazos nuevos que se romperán en el siguiente gobierno.
¿Cuál es el legado cultural del presidente de la República, Mario Abdo Benítez? Ninguno. Podemos subrayar, con pincel grueso, que fue seducido por la mediocridad para armar su gabinete y equipo de colaboradores. Así como ignoró la honestidad al privilegiar a personas con demostrados antecedentes de corrupción. Y de esta forma se está yendo. Con grandes probabilidades de que pueda ser denunciado penalmente ni bien entregue el poder. Y en el actual mandatario hasta se comprende su actitud y sus decisiones atendiendo a su escasa preparación académica y su nula constitución ética. Si hasta los seudointelectuales y diletantes de anteriores administraciones convirtieron a la política en el antro de su voracidad materialista. El gran aporte a toda la transición democrática fue el Programa Nacional de Becas de Posgrado en el Exterior “Don Carlos Antonio López” (Becal), creado en el año 2015. Después, nada meritorio que registrar.
La siguiente pregunta es ineludible. Obligatoria. ¿Qué proyecto cultural nos plantean quienes competirán por la Presidencia de la República el próximo 30 de abril? Euclides Acevedo y Santiago Peña han insinuado algunos bosquejos mínimos. Aunque nada concreto. Efraín Alegre ni siquiera tiene propuestas, solo proclamas. Los programas de televisión sesgados, direccionados y desideologizados no han contribuido un gramo de ideas en ese campo. Al contrario, han banalizado esos espacios que pudieron haber aportado para fomentar una conciencia cívica que sea capaz de discernir en el momento de votar. Para que el acto de elegir sea realmente eso. Así perpetuamos esas incorrecciones tan nuestras de predicar lo que no practicamos. Y apelo a ese lugar tan común, pero a veces necesario: exigimos aquello que no estamos dispuestos deliberadamente a cumplir. Es lo que se define como incoherencia. Y con la incoherencia y la impostura jamás construiremos cultura. Algunos ni aprendieron a pronunciar la palabra patria sin arrastrar la erre. Buen provecho.