- Por Emilio Daniel Agüero Esgaib
- Pastor Principal de la Iglesia
- Más Que Vencedores
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Los detalles del nacimiento de Jesús solo abarcan doce versículos de toda la Biblia. Están registrados en el libro de Lucas 2:8-20, donde se cuenta la historia de esa noche y sus detalles. En el relato aparecen ángeles, pastores de ovejas, un establo, animales de granja, el pesebre, alabanza de ángeles en el cielo dando gloria a Dios, un bebé recién nacido y dos padres.
¿Por qué Jesús nace en esas condiciones de pobreza? Por muchas razones.
-Una de ellas podría ser que Él quería identificarse con la humanidad: la mayor cantidad de habitantes en el mundo es pobre y pasan necesidades básicas.
-Así también, porque su nacimiento ya refleja la actitud que iban a tomar con él su propio pueblo y la humanidad: sería una persona rechazada y marginada por un mundo rebelde y caído.
-Porque el establo representa nuestro corazón, un lugar sucio y maloliente, poco grato.
-Porque Dios es humilde y no necesita de pompas, ni alcurnia, ni séquitos, ni palacios, ni riquezas humanas para ser quien es, Dios. Solo una persona sin identidad o llena de complejos podría fundamentar su valor en las riquezas materiales o en el reconocimiento humano.
Hasta los magos de oriente se confundieron y no entendieron. Cuando desapareció la estrella que les guiaba, razonaron: “Si vinimos a buscar a un rey, este tuvo que haber nacido en un palacio”, y fueron junto a Herodes. Hasta que un ángel, en sueños, les habló, volvió a aparecer la estrella y huyeron del lugar.
Nosotros también tenemos que ser así porque Dios quiere formar el carácter de Cristo en nosotros: dar la otra mejilla, caminar una milla de más, bendecir al que nos maldice, orar por los que nos persiguen, perdonar, son mandamientos que solo personas humilladas pueden cumplir y entender. Dios dice: “Yo resisto al soberbio y doy gracia al humilde”.
Es por eso que los que verdaderamente reciben a Cristo demuestran gran humildad y humillación. Si no fuera así, todos lo recibirían.
Imaginemos un Cristo que nace en un palacio, un Herodes que proclama la salvación, un Rey que domina el mundo (eso esperaban los judíos). Un Dios que anuncia ausencia de dolor y problemas, que exalta el orgullo humano, que enseña la venganza a los enemigos y el poder por encima de los demás, que promete riquezas y gloria… ¿Quién no lo seguiría? Sería todo lo que nuestra naturaleza humana codicia. Eso haría crecer nuestra vanidad y orgullo, nuestra soberbia e injusticia.
Sin embargo, Dios usó el mismo patrón de humildad y humillación, aun en quienes anunciaron su nacimiento: los pastores. Eran, probablemente, la casta laboral más baja, pero ellos fueron los primeros predicadores, no los intelectuales, reyes o líderes religiosos reconocidos. Así también, en su resurrección, quien la anunció fue María Magdalena, una mujer de mala reputación. Cuando nació, no les apareció a los grandes y poderosos; cuando resucitó, tampoco. Se esmeró en que su venida y mensaje fueran lo menos apetecibles a los deseos egoístas y orgullosos del ser humano caído.
Alguien resumió la vida de Cristo con gran capacidad: “Comenzó en un pesebre y acabó en una cruz, y a lo largo del camino no encontró dónde posar su cabeza”.
Pero así también, como en la tierra todo era humillación y escasez, en el cielo era gran gloria. Todos los ángeles, en un gran coro celestial, alababan a Dios por tan grande acontecimiento.
La gran pregunta es: ¿Para qué nació Jesús? ¿Cuál fue su propósito? La respuesta sencilla y que resume todo la dio el ángel en la anunciación de los pastores, relatada en Lucas 2:11: “Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor”.