Este es el último domingo de este año litúrgico y la Iglesia nos invita a celebrar la fiesta de Cristo Rey del Universo. Esta es una fiesta con un contenido espiritual muy fuerte y que quiere renovarnos en la esperanza.

Comprender que Jesús es el rey y meditar sobre su reino, seguramente nos debe llenar de gozo y de paz. Sin embargo, tenemos que estar muy atentos para no confundir la realeza de Cristo con los reyes de este mundo. Jesús no es rey como los reyes que conocemos. Debemos cuidar mucho para no caer en la tentación de proyectar en Dios los criterios mundanos, cuando, en verdad, somos nosotros los que debemos dejarnos envolver por el modo de ser de Dios.

Pienso que el evangelio de san Lucas, propuesto para este domingo, nos ayuda mucho a entrar en el espíritu de esta fiesta.

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Cuando los soldados, las autoridades y los demás dicen a Jesús: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Manifiestan una idea de rey que es exactamente igual al estilo de los reyes del mundo, pues en general ellos viven en un proyecto egoísta: “salvarse a sí mismo”.

La principal preocupación de un reino es la autoconservación. La manutención del poder es lo que más les preocupa y no el bienestar de los súbditos, o el bien en general.

Por eso, cuando hacen esta propuesta a Jesús: “Sálvate a ti mismo”, ellos revelan que no entendieron nada de su propuesta. Jesús había dicho: “Nadie tiene mayor amor que aquel que da su vida por sus amigos”, “quien quiere preservar su vida la perderá”, “el grano que no muere no produce fruto”. Por eso, pedir a él que se baje de la cruz para salvarse a sí mismo, es lo mismo que decirle: muéstranos que todo lo que dijiste no pasaba de un chiste, de una idea romántica, pero que no se puede practicar.

Jesús, sin embargo, fue fiel, no renunció a sus enseñanzas, no quiso salvarse a sí mismo. Allí, clavado en la cruz, él manifestó la gloria de Dios, que es la victoria total sobre el egoísmo.

Su palabra era la verdad. Él es rey, un nuevo rey. Un rey que da la vida por sus amigos...

También es muy interesante en este evangelio la figura del buen ladrón. Él hizo una profesión de fe muy fuerte. No sabemos si él había visto algún milagro de Jesús, tal vez habría escuchado hablar de él. Lo impresionante es que él fue capaz de reconocer en aquel hombre, clavado en una cruz, todo desfigurado por las torturas, desnudo, coronado con espinas, totalmente impotente delante del dolor, del cual todos se burlaban, al verdadero rey del universo.

Aún más, le pidió para hacer parte del reino de aquel que a los ojos de todos parecía un gran fracasado. “Señor, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”. La fe de este ladrón es increíble. Pedir para participar del reino de Jesús después de la multiplicación de los panes, creo que no sería muy difícil. O después de la resurrección de Lázaro, hasta era un placer. Pero pedir para participar del reino de un crucificado es sin dudas misterio de la fe. Este ladrón fue el primero en profesar la fe, cuando llegó al punto máximo de la revelación, mismo antes la comprobación de la resurrección. Y es por eso que él fue el primero en entrar al paraíso.

Pienso que celebrar auténticamente la fiesta de Cristo Rey debe ser mucho más que identificarlo con los símbolos de poder de este mundo. Reconocerlo Rey, se lo vemos sentado en un trono, con vestidos imponentes, con una corona lujosa, con un supercetro, no será muy difícil, o mejor, hasta será cómodo para nosotros. Sin embargo, colocarse en lugar del buen ladrón, en nuestras propias cruces, y mirarlo también crucificado a nuestro lado, y allí decir: yo quiero participar de tu reino, significa encontrar una fuente en el desierto.

No nos olvidemos, también nosotros en el bautismo fuimos ungidos como reyes, al modelo de Cristo. Seguramente no para salvarnos a nosotros mismos, sino para dar la vida por los demás. Cuando encontramos una persona que por amor renuncia complemente a sí mismo y se consuma por los otros, encontramos un auténtico rey o reina, conforme el corazón de Jesús.

Que Dios nos dé valor para ser cada uno de nosotros reyes.

El Señor te bendiga y te guarde.

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.

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