Salir de vacaciones es lo máximo. Las puertas del mejor hotel 5 estrellas siempre están abiertas con la amable sonrisa del botones, quien extiende la mano para recibir la generosa propina, mientras que una juguetona brisa del océano entra y pone a prueba la levedad de las cortinas de la habitación y una presurosa gota corre a toda prisa por el borde de la champañera para avisar que la botella “de gentileza” está helada.
Bueno, todas esas lindas imágenes se ven en las películas de Hollywood, pero la realidad es muy diferente. Los que trabajan honestamente saben que regalar 5 dólares en una propina equivale a G. 36.000, o sea un paquete de leche en polvo que bien administrado puede durar un mes o representa casi dos kilos de lomito de cerdo para disfrutar con toda la familia o seis kilos de papa, para alimentar a todo un pelotón.
El “negocio” de las vacaciones puede ser peor si a uno se le ocurre aprovechar ese lapso para que le realicen algunos de los obligatorios chequeos médicos anuales: Con 20 años, esos estudios son “pérdida de tiempo”; a los 30 se hacen “de taquito”; con los 40 llega una razonable preocupación, pero a los 50 esa ligera desconfianza se convierte en pánico para los hombres, quienes se sienten amenazados en sus fibras más íntimas, sobre todo si los estudios se realizan en el penúltimo mes de año.
Y es que el líder, el Alfa por naturaleza, el famoso amante latino, el cazador desde tiempos de las cavernas y proveedor para toda la manada huye despavorido de la batalla cuando debe enfrentar al “noviembre azul”.
Protegiendo la identidad de nuestra fuente, podríamos describir las fases por las que pasó un conocido cuando el médico “dictó sentencia”. La indicación era “legal”, tenía la firma y el sello del galeno y la orden era clara: había que revisar la próstata.
Sus ojos quedaron en trance, así como las fallidas esperanzas en su búsqueda en Youtube por comprender lo que le esperaba; o las mil conjeturas sobre la dudosa utilidad de esa misteriosa toallita solicitada entre los elementos para el día del examen.
Podríamos hablar de la soledad que se siente en la sala de espera o cuánto se amplifica el sonido de la puerta del consultorio cuando se abre para la llamada final. Podríamos hasta explicar esa ligera arritmia cardiaca que se produce cuando el personal de blanco indica la posición que se debe adoptar en la camilla, pero no hace falta porque el hombre de las cavernas hoy puede correr tranquilo por las planicies cuando caza ciervos, bisontes, grandes mamuts o ríe al enfrentar al peligroso tigre dientes de sable porque todos son un juego.
Está feliz porque el mito del noviembre azul se acabó puesto que en la actualidad el procedimiento se realiza con un ecógrafo sobre la panza del paciente, no en otro lugar. ¡Ah!, para los mal pensados, la toallita es para limpiar el gel. Nada más.
Los adelantos de la tecnología produjeron el milagro y hoy el noviembre azul salva vidas; el método “digital” indigno quedó en el pasado y el único sobreviviente es un gigantesco miedo sin sentido.
La vida real no se parece en nada a las vacaciones soñadas de Hollywood, pero a veces nos regala grandes satisfacciones y hay que aprovecharla. Para algunos, un ejemplo de felicidad podría ser que mañana mismo comienza el Mundial de Qatar, todo un mes con sobredosis de fútbol. Para otros descansar en un simple catre gozando de salud no se compara ni con el mejor hotel del Caribe.
También están los que buscan paz. Algunos van a orar a los templos, otros maniobran para que el Ministerio Público no investigue todos los robos y negociados que se hicieron con gran impunidad y complicidad durante este gobierno, que ya está de salida.
A toda prisa y con desesperación tratan de ocultar las pruebas, pero son demasiadas y no se puede. Falta menos de un mes para que el 18 de diciembre dicte la caída de la mayor corrupción de la historia del país y esta vez no habrá milagros.
La gente está ansiosa por devolverle el favor a los traidores. Esta vez el dedo servirá para presionar el teclado de las urnas electrónicas.