• Por Augusto dos Santos
  • Analista

El presidente que asuma el 15 de agosto del 2022 tiene solo dos caminos. Seguir en la línea empantanada del no diálogo, en la chantajista grieta inconducente, en el voraz desgaste de la figura presidencial a corto plazo o inaugurando una nueva estrategia basada en el consenso, los acuerdos interpartidarios, el redescubrimiento de la pluralidad y el fortalecimiento de la figura presidencial. Debe parar con la licuadora que destruye todo y no construye nada.

El mayor desafío para el nuevo gobierno, curiosamente, no acostumbra a aparecer en las investigaciones demoscópicas; no figura en el top de las encuestas, ni aparece en el discurso de trinchera de los candidatos. Es echar las bases para un acuerdo político que retire a Paraguay de su estado de fractura (grieta dirían en el Río de la Plata) que paraliza el buen ejercicio de la práctica democrática, encarece la política, enturbia la calidad del voto y, por sobre todo, mantiene empantanada la gobernanza hace décadas.

Se trata de aupar y darle afecto y familiarización a una herramienta que es aún más antigua que la propia democracia: el consenso. Esta herramienta ya existía antes que alguna forma histórica de sufragio hiciera su aparición en escena. Nunca, en todo el camino recorrido desde entonces, una “aplastante mayoría” fue más efectiva que un inteligente consenso para superar etapas críticas en el desarrollo de las democracias.

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Fue el consenso el que permitió consagrar una Constitución hace 30 años, aunque cada artículo se ratificara con los votos de los ciudadanos constituyentes; fue el consenso el que parió las instituciones devenidas de esta Constitución vía Pacto de Gobernabilidad. Las pocas buenas ideas congresuales no se gestaron con el fórceps de las posiciones polares, sino mediante el buen debate y el acuerdo. Una responsabilidad importante en alguna forma de instalación de una cultura del consenso fue la de los políticos paraguayos exiliados que retornaban, esencialmente de Argentina, de procesos de reinstalación de la democracia, donde ya vivieron el tránsito de la dictadura de las botas a las banderas de la civilidad.

Consenso por instinto

Por lo tanto, la timorata democracia paraguaya hereda en 1989 un escenario muy complicado en el que la política autoritaria es astronómica mayoría y como alguien sostenía en aquellos años: “El Paraguay no es una democracia con bolsones autoritarios, sino un autoritarismo con bolsones democráticos”.

Increíblemente, el general Andrés Rodríguez, que tenía todo para heredar las fórmulas del ejercicio autoritario con solo oprimir el botón “reactivar”, toma un inesperado camino: construye a su alrededor un firewall prodemocrático liderado por la proximidad de Miguel Ángel González Casabianca, (Mopoco) al que instala en el Palacio de López para ser garante de la capilaridad de las nuevas ideas.

El principal desafío del presidente

El principal desafío del presidente que asuma el 15 de agosto del 2023 es la construcción de un proyecto de pacificación política, de despolarización y de consenso con base en los grandes temas nacionales, con el insustituible concurso de los líderes partidarios y sectoriales.

Si bien, en términos prácticos, esta iniciativa se traduce en una mesa grande donde debe sentarse todo el arco político y los líderes de otros universos de representación, la tarea tiene que tener un proceso previo, meticuloso y serio, lo cual evitará el estruendoso fracaso que ha marcado la edificación de estas mesas de diálogos en sucesivos gobiernos.

Chantaje de las mayorías urgentes

La institucionalización del consenso es la herramienta para que el próximo presidente se emancipe del poder amañado de las mayorías urgentes, de la arritmia conspiraticia criolla, del destino inexorable de los presidentes de dividir su energía entre la gobernanza y la desgastante guerra partidaria interna y externa, hasta que finalmente entrega un deshilachado mandato exclusivamente dedicado al proselitismo y lejos de las políticas públicas. Ejemplo: hoy. Este procedimiento, también aportará nitidez al liderazgo presidencial, lo ubicará por sobre las circunstancias intestinas y lo empoderará en el manejo de las agendas.

(En nuestra próxima entrega: Por dónde empieza este juego).

El principal desafío del presidente que asuma el 15 de agosto del 2023 es la construcción de un proyecto de pacificación política, de despolarización y de consenso con base en los grandes temas nacionales, con el insustituible concurso de los líderes partidarios y sectoriales.

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