Muchas veces elogiamos a quien tiene buena memoria catalogándolo de inteligente por demás. De hecho, y es una de mis críticas más ácidas al sistema (será por eso que nunca el Ministerio de Educación me invita a dar charlas al respecto) es que todo el aparato educativo está hecho por unos pocos burócratas encerrados en una sala con aire acondicionado, internet de dudosa velocidad y de seguro sin ventanas para mirar al exterior, copiando y pegando títulos de libros o programas foráneos sin ocuparse ni preocuparse del objetivo crucial y fundamental: el del aprendizaje. Y utilizando como camino el premio a la memoria: es histórico (todos lo sabemos, lo hemos sufrido) que las mejores calificaciones no van al que más sabe, sino al que mejor memoriza, ya que los exámenes y pruebas están hechas para premiar la memoria y no el conocimiento, el esquema y no la creatividad.
Dice Rodrigo Quiroga, un neurocientífico argentino descubridor de una célula cerebral llamada “neurona Jennifer Aniston” por él mismo (son esas neuronas encargadas de formar conceptos abstractos basados en estímulos específicos... siendo más prácticos: las neuronas que hacen posible en gran medida el pensamiento creativo sirviendo de puente entre la percepción y la formación de memorias) que memoria y aprendizaje no son lo mismo. Ya el filósofo Bertrand Russel afirmaba que “una generación que no soporta el aburrimiento será una generación de escaso valor”. Sin embargo, este aburrimiento tan infravalorado es de suma importancia para esa chispa que siempre ha movido al mundo: la creatividad. No es divertido estar aburrido y no es agradable no tener nada que hacer, pero sin esos momentos no se producen los grandes cambios en nuestra vida, así como tampoco surgen las grandes ideas. La creatividad más arriesgada o las decisiones más importantes que tomamos surgen muchas veces al mirar las nubes o el paisaje; es decir, al dejar que el flujo de pensamiento lleve inconscientemente a cosas que son importantes, pero que nunca nos plantearíamos conscientemente. Está bien entregarse a esa especie de deriva, ver qué pasa… Lo que es una picardía es acatar siempre una rutina que no deje espacio a esos momentos de “no pensar en nada”.
No es fácil, sin embargo, no atender nada, ya que nos distraen tantos estímulos que, simplemente, hacen que la atención sea una proeza. Distinguir lo esencial es algo que aún no le hemos podido enseñar a un computador. Entre otras cosas, porque es algo subjetivo. Hay quien asegura que delegamos demasiado a la tecnología, sobre todo en cuestiones de memoria. “No guardes nunca en la cabeza aquello que te quepa en un bolsillo”, decía Albert Einstein. ¿Qué cosas o qué datos son importantes retener? Es decir, ¿saber quién fue Roa Bastos es más necesario que conocer la capital de Kenia? La tecnología es un arma de doble filo. Pero eso es la misma pregunta que se hacían los griegos con la escritura: ellos pensaron en la posibilidad de que, al escribir las cosas, la memoria comenzase a fallar, no olvidemos que ellos, por ejemplo, en el Senado hablaban de memoria. Hay una leyenda al respecto que recoge Platón en Fedro: cuando el dios Teut, inventor de la escritura, le presenta su creación al rey Tamus, este desconfía de la escritura precisamente porque, a su juicio, cree que socavará la memoria. Ahora sabemos que no es así. La tecnología depende del uso que hagamos de ella, y es útil. No parece bueno estar todo el día buscando datos en internet, sino que solo hacerlo para buscar determinada información, pero después hay que procesarla por uno mismo, sin ayuda de tecnología alguna. Hay cosas que sí podemos delegar en la tecnología y merece la pena hacerlo. Por ejemplo, yo no quiero tener en mi cabeza todas las reuniones de hoy: eso lo delego a mi agenda en el teléfono, que me avisará de ellas en el momento adecuado.
Entonces ¿qué características tiene una persona inteligente? La definición de inteligencia puede ser muy vaga, incluso imprecisa, pero sí es cierto que tendemos a confundir inteligencia con capacidad de memoria, y la memoria no nos hace inteligentes, eso es categórico. No todo es memoria, pero la necesitamos para poder hacer asociaciones que tengan sentido entre hechos dispares. El ejemplo es Newton, que relacionó el hecho de que la Luna no se cayese y que la manzana sí y llegó a la conclusión de que respondían al mismo principio: la gravedad. Entonces, relacionando la memoria con la inteligencia, traemos a las citadas neuronas Jennifer Aniston. Estas neuronas están en un área de la memoria, lo cual implica que la clave para la formación de la memoria son las representaciones de conceptos, lo que tiene sentido considerando el hecho de que tendemos a recordar conceptos y asociaciones sobre conceptos y a olvidar detalles. Que las neuronas en nuestro cerebro codifiquen conceptos es esencial, porque esa es la manera en que recordamos cosas: tendemos a acordarnos de las ideas generales de lo que ocurrió en alguna situación, siendo el resto una construcción. Usamos el sentido común para rellenar información, pero no recordamos los detalles y, de hecho, no los queremos recordar: nos llevaría demasiados recursos; preferimos usar el cerebro para reconstruir situaciones. El cerebro no busca tanto recordar como entender: ustedes no se querrán acordar palabra por palabra de esta columna, sino realmente entender lo que les cuento hoy. Este proceso involucra literalmente no recordar.
Hablar de esto es también definir conceptos como la abstracción. Esta es muy humana y antiintuitiva, ya que implica dejar de lado detalles. A veces la inteligencia es no recordar cosas. Siempre digo en mis charlas que el saber sí ocupa lugar. Les recomiendo leer el hermoso y neurocientíficamente rico cuento de Borges llamado “Funes, el memorioso”, que nos habla de un tipo que, al recordar cada detalle de lo vivido, no puede pensar: no tiene espacio para ello, está abarrotado de detalles. La capacidad de abstraer, de extraer información importante y dejar de lado al resto está ligada a nuestra inteligencia, y ahí es donde entran en acción las “neuronas Jennifer Aniston”: porque recordamos en término de abstracciones, y esta se halla ligada a la creatividad y a la imaginación, como vemos en el ejemplo de Newton: si él se hubiera fijado en el color de la luna, en la fase en la que estaba o en si la manzana era roja o verde, posiblemente no hubiera descubierto nada.
El cerebro es apasionante. La memoria y el aprendizaje lo son en su máxima expresión, porque todo el funcionamiento cerebral es una construcción permanente. La visión, la memoria, los olores… todo. Si en unas semanas o meses recuerdan este artículo, será de manera vaga, pero muchos detalles se rellenarán usando el sentido común. No olvidemos, como también dije varias veces en esta columna semanal, que el cerebro es un gran mentiroso: lo que no sabe lo construye, rellena, inventa pero... con fundamentos en la memoria. Eso es la inteligencia: algo DE LA CABEZA. Nos leemos en una semana.