- POR MARCELO PEDROZA
- Psicólogo y magíster en Educación
- mpedroza20@hotmail.com
La humanidad trasciende en cada nacimiento, se luce, se emociona, vuelve a extenderse en el tiempo, se transforma en esperanza y deposita su historia en ese ser especial que está lleno de luz. Así en un bebé, y en otro, y en millones y en miles de millones. La humanidad en todos ellos. Grandiosa riqueza viva. Ejemplo de las generaciones que han pasado. Brillante presente y todo por vivir. Esos recién nacidos representan todas las victorias del amor. Es asombroso lo que sucede en el instante que nacen, con ellos la eternidad vuelve a decir presente. Se hace viva y afirma su duración.
Se conceptualiza al término duración como el tiempo que transcurre entre el principio y el fin de algo o el tiempo en que se conserva una cosa en determinado estado, sin deteriorarse ni acabarse. La naturaleza humana está llamada a cuidarse, a quererse, a dar de sí a través de cada vida para superarse. Y lo puede hacer de acuerdo a la manera de cada uno. Como, por ejemplo, cuando los afectos hablan por los gestos, por eso un abrazo ante el dolor dura para siempre entre quienes lo protagonizan. O cuando la mamá piensa en su hijo que no está junto a ella, y su anhelo de verlo es indescriptible. Ese amor es único, majestuoso y trascendente.
Con las experiencias se aprende a valorar, a darle prioridad a lo que conserva la admiración por los demás. Es que la vida es una constante construcción, en ella pasan muchos episodios, hay días de lluvia y días de sol, vientos fuertes y suaves, tormentas que atemorizan y brisas que traen bienestar. En la diversidad de los instantes yacen las satisfacciones que duran por siempre. Es así cuando la memoria hace lo suyo, afirmando que es la fuente que permite su permanencia. Duran las historias de aquello que tanto costó. Duran los hechos cotidianos que fomentan el respeto hacia el otro. Dura una palabra que motiva.
En la naturaleza existe la plenitud de todas las épocas, es la anfitriona de las duraciones, es una muestra perfecta de la belleza que acompaña a la existencia humana. Duran las flores que se riegan, duran los bosques y los ríos que se protegen. El caudal de manifestaciones que la distinguen es universal y abundante. De alguna manera, su manto natural ha permitido que cada alma le expresara el deseo de no irse nunca del lugar en donde las sensaciones vividas han causado un estado de gratitud hacia la misma. Esas emociones ingresan en el mundo de los recuerdos que colaboran con el ánimo de hoy.
Dura la vida en cada amanecer. Como también dura la calesita en el patio de la escuela que acogió al adulto que fue bebé. Es elemental el aporte de esa maquinita de idas y venidas que circula hacia un lado y hacia otro, es que le está enseñando al que se sube a prepararse para el vaivén giratorio que indefectiblemente vivirá.
Las sociedades también aprenden de sus propias historias, al igual que las personas. Tienen sus tiempos, sus destacadas lecciones, sus parques permanentes, sus leyendas favoritas, y los nacimientos del ahora que honran la vida de todos.