- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
Somos un pueblo de memoria corta. Pero la razón a esa crítica no hay que buscarla solamente en la rapidez con que se superponen los acontecimientos, multiplicada por la tecnología, sino por la preeminencia absoluta que muchas veces los medios, periodistas y líderes de opinión otorgamos a lo más nuevo, por encima de lo trascendente, que contribuye a sedimentar una conciencia colectiva más sólida y de mayores proyecciones. Algunas corrientes ideológicas, como el neoliberalismo, por ejemplo, plantean de hecho una sociedad amnésica y ahistórica. La mirada de conjunto, no obstante, es recomendable para entender en qué situación nos encontramos y por qué. No es la primera vez que un gobierno se arrodilla ante el Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP). Ya ocurrió en el pasado. Y acaba de ocurrir de nuevo. En la primera oportunidad, en enero del 2010, los responsables apuntaron el índice incriminatorio hacia cualquier lado, menos hacia ellos mismos. Ahora, el pusilánime presidente de la República, Mario Abdo Benítez, encontró un chivo que expiara sus culpas (las del mandatario). El pato de la boda fue Édgar Taboada, quien duró en el cargo de ministro de Justicia apenas ocho horas, según el cronómetro de los colegas. Un triste récord que comparte con la socialdemócrata Magdalena Andersson, quien fue primera ministra del Reino Unido durante ese mismo tiempo.
Taboada asumió el cargo dos días después de que cayera abatido en un enfrentamiento el líder de más peso del EPP, Osvaldo Villalba, cuya hermana mayor, Carmen, se encuentra recluida en la Casa del Buen Pastor. Ese mismo martes 25 de octubre, después de un fallido intento, el secretario de Estado –estrenando funciones– autorizó el ingreso del ataúd del fallecido guerrillero a la cárcel de mujeres para una despedida póstuma de parte de quien está cumpliendo condena por el secuestro de la señora María Edith Bordón e intento de asesinato. La masiva indignación ciudadana empujó al jefe de Estado a destituir a su flamante ministro. Renunciando a cualquier pretensión de originalidad –frase con que el fiscal federal argentino, Julio Strassera, concluye su alegato en contra de los militares genocidas de su país– nadie en su sano juicio puede creer que el defenestrado ministro actuó sin autorización de Abdo Benítez. Si fracasó el primer intento, es deducción lógica que, para cambiar de actitud, tuvo que recibir instrucciones de su superior jerárquico, el presidente de la República. Si así no lo hizo, quiere decir que el primer magistrado de la nación ya ha perdido hasta el respeto de sus subordinados inmediatos. Porque se trata de un hecho que involucra a las más altas estructuras del Estado. El cuento de que actuó solo ante la amenaza de un motín de las reclusas lideradas por Carmen Villalba, que podría desembocar en una matanza, y que le fue comunicado a través de la directora de dicha prisión es aún menos verosímil que la honestidad proclamada desde el Gobierno.
¿Por qué dijimos que no es la primera vez que un gobierno se somete a la intimidación del EPP? Porque ya aconteció en enero del 2010, durante el período de Fernando Lugo, que permitió que los familiares del secuestrado Fidel Zavala repartieran víveres a tres comunidades, incluida la inscripción “Gentileza del EPP”. Dijimos en aquella época que la parcialidad mbya guaraní rechazó el ofrecimiento, mientras el pueblo, igual que ahora, repudiaba tan ruin maniobra. Escribimos, entonces: “No somos tremendistas cuando aseguramos que, al menos por algunas horas, el ordenamiento jurídico quedó sometido a la intimidación del bandido. El criterio que permite distinguirlos es lo que Bobbio considera como el experimentum crucis de la teoría positivista del Derecho –reinterpretando a Weber y Kelsen–, lo que, a su vez, nos faculta a afirmar que el poder legítimo, regulado por normas, sucumbió ante ‘una banda de pillos y su mandato imperativo: o la bolsa o la vida’”. Con los años, esa práctica, lamentablemente, se volvió común. Nos referimos al reparto de víveres con ese mismo propósito.
Cuando Fidel Zavala, hoy senador de la nación, fue liberado el 17 de enero del 2010, la administración de Lugo celebró como una victoria propia. Como un trabajo de inteligencia. No faltó el que asegurara que los miembros de esta banda criminal estaban “acorralados” y que por eso decidieron “devolver” al prisionero. El 9 de junio del 2014, video mediante, grabado por los integrantes del EPP, se puede ver cómo desde un avión se arrojan 550.000 dólares para la liberación del ganadero. Los tripulantes de la aeronave y los secuestradores se comunicaban a través de radios (walkie-talkie). “Ustedes ya cumplieron, ahora nosotros vamos a cumplir con ustedes. En unos días ya estará libre”, se escucha nítidamente la voz de uno de los secuestradores, antes de aclarar que “el paquete (el dinero) cayó por una madera, pero está todo bien”.
Los hechos similares nos permiten colegir que estamos ante un gobierno que vive en la más absoluta anarquía, en desconcertada retirada y sin ningún liderazgo. Que, en el fondo, representa un peligro. Porque estamos en tierra de nadie. Y el más nadie de todos es Marito. El pato de la boda fue Édgar Taboada. Lo cocinó un asno, cuyo nombre ni siquiera puedo pronunciarlo. Buen provecho.