El presidente Alberto Fernández -como lo informó La Nación una semana atrás- designó tres ministras, Victoria Tolosa Paz (Desarrollo Social), Raquel “Kelly” Olmos (Trabajo) y Ayelén Mazzina (Mujer, Género y Diversidad), sin consultar con nadie. ¿Debe hacerlo? Desde la perspectiva teórica, definitivamente, no. Sin embargo, cuando se forma parte de una coalición de gobierno como lo es el Frente de Todos (FDT), la praxis política indica que sí. Que es imprescindible para la convivencia y la armonía política. Pero no lo hizo. Luego, el viernes último, en la ciudad de Mar del Plata -400 km al sudeste de Buenos Aires- participó del tradicional “Coloquio de IDEA” junto con los más relevantes y representativos empresarios en este país, lo que no es bien visto por llamado kirchnerismo en general y, en particular, por la vicepresidenta Cristina Fernández. Pero, en el cierre de ese foro, el mandatario habló taxativamente de la “corrupción” en la ejecución de la obra pública. “¿Alguien les pidió una moneda para hacer obra pública?”, interpeló el jefe de Estado a los empresarios reunidos que lo escuchaban.
Otra decisión unilateral de alto impacto político y social cuando Cristina, acusada de presuntos hechos delictivos con esas características podría ser condenada por el Tribunal Oral Federal 2 en la que aquí se conoce popularmente como “Causa Vialidad”. No fue un comentario al pasar. En orden a producir sentido -lo que se procura con todo discurso, con todo relato- Alberto F. quiso dejar en claro que durante su administración nada de eso ha sucedido. Tampoco consulto con nadie para decir lo que dijo. ¿Debe hacerlo? No. Pero el gestiona políticamente el gobierno en representación de un frente coaligado que integra junto con Cristina F. y Sergio Massa, ministro de Economía. Sin lugar para las dudas, el mandatario -que desde la noche del 1 de setiembre, cuando Cristina fue blanco de una presunta tentativa de asesinato por parte de la Banda de los copitos- no volvió a hablar con ella, con las dos acciones políticas mencionadas, ha decidido dar muestras de que se siente más cómodo cuando gobierna en soledad.
No son pocas ni pocos los analistas que sostiene enfáticamente que “Alberto se independizó” y, luego de esa decisión incomprobable, “se siente fortalecido y habrá de intentar su reelección” en las presidenciales de octubre 2023. Así las cosas, algunos y algunas integrantes del entorno más cercano del presidente que juegan como voceros informales dentro de marginales solicitudes de reserva acerca de sus identidades, dejan trascender que “habrá más cambios en el gabinete” y, en ese sentido, sugieren los nombres de algunos de aquellos altos funcionarios que están con Alberto desde el 10 de diciembre de 1983, cuando inició su mandato, a los que Cristina señala como “algunos funcionarios que no funcionan”. Habrá que ver. Pero más allá de los mencionados movimientos tácticos, desde la perspectiva de los hechos concretos, en el oficialista FDT, en temas tan relevantes como estratégicos, no hay unidad de criterios y las partes proyectan y ejecutan en orden a lo que consideran más conveniente para alcanzar sus propios objetivos. Amplios segmentos sociales valoran esas acciones negativamente. De hecho, Alberto y Cristina, según coincidentes encuestas, se ubican en torno del 70% de valoración social negativa. Dramático -muy dramático- porque, aunque no lo expresen públicamente, aunque ya lo hicieron en el pasado, crece entre las y los oficialistas la idea de que “ganar el año que viene, con altísima inflación, 40% de pobreza, casi 9% de indigencia e inseguridad ciudadana en expansión, no es probable”.
Pese a los datos duros consignados y de todas formas, nadie deja de anotarse para el baile del sillón que parece ser el momento de las candidaturas. Alberto y Cristina, vale recordarlo, coinciden con el opositor ex presidente Mauricio Macri (2015-2019), cuyo nombre también suena como posible candidato, en la baja consideración social. Massa, también en situación onírica, siente que, si estabiliza la economía, podría aspirar a candidatarse con el oficialismo de hoy. ¿Hipoacusia política, ceguera social, ignorancia? No exactamente. En las conversaciones que mantienen con los intendentes, especialmente los que gestionan en los alrededores de Buenos Aires, no nadie deja de informarles que la decepción social es profunda ante el avance de la miseria. Crece el descontento y la disconformidad social. Pero, aun así, insisten. Jorge de Asís, periodista, escritor exitoso, ex embajador argentino ante la Unesco en tiempos del presidente Carlos Menem (1989-1999), consultado sobre las candidaturas electorales para 2023, sostiene -refiriéndose a las y los precandidatos- que para él es una competencia sobre quién tiene peor pasado. Demoledor. El ministro Massa comenzó a sentir el aliento del kirchnerismo en la nuca. Sigue los resultados de su gestión muy de cerca y, en nombre de la vicepresidenta Cristina F. o por boca de ella misma, le exigen más eficiencia y efectividad para acotar la evolución creciente de los precios. Imaginar candidaturas, así las cosas, podría ser obcecación o hasta un síntoma posible de TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo).
El incremento del índice de precios al consumidor (IPC) -la inflación- en setiembre pasado se ubica en el 6,2%. En la mensura interanual, ese indicador crece 83%. Terminar 2022 con una inflación de tres dígitos, no seria una sorpresa. Entre las oposiciones, la situación no es muy diferente. Desencuentros, enfrentamientos, miradas divergentes, ambiciones. Todo en carne viva. El que viene, será un verano político y electoral que, en algunos casos, sudará patetismo. El Parlamento dejará de sesionar de hecho porque sus integrantes dedicarán sus días a hacer campaña. Las urgencias deberán esperar. Los teléfonos -fijos o móviles de la ciudadanía- llamarán inesperadamente para que algún candidato o candidata, a cualquier hora, te diga “¡Hola, soy…, y te llamo para decirte que, bla, bla, bla!” Mientras, el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), de sobrado prestigio, cuando apenas faltan poco más de dos meses para que termine el año, deja trascender que para el 31 de diciembre la pobreza podría ubicarse en torno del 40%.
El colega periodista Carlos Pagni -según coincidentes reportes en el que más confían las audiencias en este país en los últimos años- revela que “un investigador de opinión pública” cuando pregunta “qué pasa con la política en la Argentina” la gente a la que consulta, luego de empezar a hablar “al poco tiempo lloraba (…) porque no tenía la posibilidad de llevar a su hijo al cine cuando salía de paseo (…) porque tenía que decirle a su hija que tenía que retirarla de la universidad privada a la que le estaba mandando por no poder pagarla (…) porque, a lo mejor, no veía a sus nietos durante mucho tiempo porque su hija o hijo se iban del país”. En ese contexto, el profesional diagnostica que “hay (en la Argentina) un estado de pesadumbre, de desasosiego muy marcado”. Reveló también que, en un grupo focal, cuando aquel analista consultó “¿la política qué hace frente a este drama que viven ustedes?”, hubo quien respondió que percibe la política como “un circo sin público, vacío, donde están actuando los trapecistas, los domadores, los equilibristas, es decir, los políticos, pero la gente ya se retiró”. Es cada día que pasa más difícil encontrar satisfactoria respuesta al interrogante social introspectivo preelectoral para imaginar a quién o a quiénes votar para que represente o representen al conjunto. Grave. Así las cosas y pese a todo hay claras señales de que la campaña para la presidencial 2023 está lanzada. La urgencia para hacerlo de muchas y muchos -oficialistas, opositoras y opositores- se parece a la que es posible percibir en un cuartel de bomberos ante una emergencia. Sin embargo, algunas demandas sociales -necesidades básicas- ya no se extinguen con más de lo mismo.