- POR MARCELO PEDROZA
- Psicólogo y magíster en Educación
- mpedroza20@hotmail.com
Lo sensible yace en cada vida. Es la respuesta subjetiva la que se apodera de los hechos que fluyen sin cesar en todos los momentos. Luces y sombras, flores y espinas, soles y nubes, alegrías y pesares, certezas y dudas, tranquilidades y miedos, en ellos tiene su protagonismo la relación entre lo que sucede y cómo se lo siente. Ernst Heinrich Weber (1795-1878), médico alemán, esbozó los primeros estudios abocados a la relación entre la magnitud de un estímulo físico y la forma en que el mismo es percibido, creando la denominada Ley de Weber. Posteriormente Gustav Theodor Fechner (1801-1887), filósofo y psicólogo alemán, aportó válidas consideraciones permitiendo la creación de la denominación titulada Ley Psicofísica de Weber-Fechner.
La Ley Weber-Fechner establece que el menor cambio discernible en la magnitud de un estímulo es proporcional a la magnitud del estímulo, y da ejemplos que pueden expresarse en números concretos. Se los puede medir. De esa forma puede determinarse que la capacidad de apreciación ante un cambio se basa en el valor relativo de la variación respecto del valor de partida, al decir de los maestros citados.
Hay conceptos que son elementales para comprender el análisis teórico de la ley mencionada, se define al umbral absoluto como la intensidad mínima necesaria de un estímulo para que pueda ser percibido o al umbral diferencial que estipula la diferencia más pequeña de intensidad entre dos estímulos. En el primero tiene lugar lo que estimula y en el segundo el origen marca la base de donde partir.
Aunque más allá del mundo cuantitativo que se esmera en dar fórmulas que produzcan resultados específicos, hay un profundo umbral de emociones que necesitan atención. En esa frecuencia de lo sensible transcurren los mejores episodios. Ellos naturalmente laten, existen, se expresan de alguna manera, están dispuestos a ser reconocidos, estimados, vividos, transmitidos, compartidos. Cabe un extenso espacio para las interpretaciones que entusiasman el presente. Es ahí donde la particular concepción acerca de las ideas y de las acciones que acontecen tiene una contundente influencia para darle acceso a lo sensorial.
Los estímulos pueden constituirse en fuentes de dirección de las intenciones que motiven la construcción de buenas acciones. Hay infinitos umbrales en la conciencia del ser humano, el conocimiento de los mismos requiere concentración e hidalguía, así podrán superar los procesos de adaptación a las circunstancias en donde se expresarán y convivirán. Forjar un cambio requiere de proporciones especiales de cariño hacia lo que se quiere transformar. La magnitud de la capacidad de apreciación hacia los demás es proporcional al cariño que se tiene uno mismo. Ese es el origen afectivo que estimula la intensidad entre los estímulos sociales.