- POR MARCELO PEDROZA
- Psicólogo y magíster en Educación
- mpedroza20@hotmail.com
Hay estados emotivos que nos generan ideas que no se han hecho presentes anteriormente en nuestras vidas y que al surgir por primera vez nos dan diferentes impresiones a las vividas. Es posible imaginar eventos que aún no suceden aunque el hecho de crearlos mentalmente haga que su existencia haya comenzado. Dando paso a las razones que fortalecerán su concreción. Heráclito de Efeso lo dijo a su manera y sentenció: “Me indagué a mí mismo”. Es esa mirada hacia uno mismo la que permite indicar el origen de lo que se piensa. Donde uno pone su entusiasmo se producen episodios que jamás han sido pensados. Hay una silenciosa alimentación emocional que fluye sin parar y que en algún momento ocasiona la presencia de lo que todavía no se había identificado.
Los episodios conductuales están conectados a los pensamientos que se manifiestan en un determinado instante. Exteriorizan los pasajes secuenciales de las emociones que suceden una tras otra y que se encargan de darle protagonismo a lo que acontece. En un acto hay tantas causas y efectos anteriores, que han sido indispensables como tales, para lograr lo que en ese segundo ocurre. Es el proceso fabuloso del estar vivo, que no para y que une intenciones y hechos. De ahí la relevancia de indagarse a sí mismo, situación que activa preguntas, que incentiva respuestas y que por sobre todo moviliza la creación de representaciones cerebrales que facilitan el cultivo de las convicciones.
Aquello que cobija el intelecto encuentra sus formas para llegar al plano práctico. Es indudable que en el transcurso los trechos vivenciales aportan lo suyo. Bajo ese tono envuelto en las andanzas de lo interior, el mismo filósofo mencionado precedentemente dijo: “Es difícil luchar contra el ánimo de uno, pues aquello que desea le cuesta a uno el alma”. Por eso lo ideado necesita voluntad y también emotividad. Así lo laborioso puede transformarse en una fenomenal oportunidad para despegar hacia otras metas, como lo arduo de generar el ingreso a compromisos antes considerados imposibles. Es en el espacio pensante en donde hay más extensión para el desarrollo humano. Es que el ingenio para crecer no tiene límites.
En el encuentro con uno mismo germinan las reflexiones, las sensaciones, las percepciones, las comprensiones, las nociones, las opiniones, los propósitos, las proyecciones y las decisiones. Es abundante el fluir de las etapas de los estados del ser. Son admirables y sorprendentes en cada vida. Conciben en sí mismas el anhelo de ir en busca de lo que hace bien para vivir, de lo que pregona el aprendizaje inherente en los movimientos que producen. Y por sobre todo, se erigen en la base de los actos que vinculan, de las relaciones que fortalecen, de los comportamientos que consolidan las uniones, que estrechan los ideales y que motivan a construir convivencias.
El desafío es sostener las ganas de pensar y de hacer. El estado ideal reside en admirar una idea como cuando surgió por primera vez y considerarla como tal. Como también hilvanar el conjunto persistente de pensamientos que se aglutinan para ser analizados. En la sociedad de las ideas el ser humano descubre la pista iluminada para iniciar el vuelo que se propone.