- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
Programa de gobierno es un abanico de intenciones que se compromete a ejecutar el partido político o candidato que acceda al poder por el mecanismo democrático de la soberanía popular. Coherente, obviamente, con un marco ideológico específico, aunque algunos pretendan disimularlo bajo un practicismo sin banderas, renunciando a toda reflexión teórica. Por encima de los necesarios adornos de las declaraciones generales, suelen articularse sobre cuatro o cinco ejes centrales los planteamientos concretos para superar atrasos culturales (incluye la educación), deudas sociales, brechas de desigualdades económicas y generación de empleos en condiciones de dignidad. Y, por supuesto, con baterías siempre recargadas, aunque pocas veces efectivas, para alcanzar niveles de tolerancia cero con la corrupción pública mediante la decapitación implacable de la impunidad.
Las individualidades asociadas juegan más libremente en cuanto a los encuadres doctrinarios, alegando que ya no es tiempo de izquierdas ni derechas, y suponemos que tampoco de centros, sino de un pragmatismo (el nuevo orden) fundado en el criterio de la eficacia para resolver los crónicos déficits y los emergentes problemas y conflictos de cada período histórico. Lo mismo ocurre con las organizaciones partidarias y los movimientos políticos concertados en un frente de incompatibilidades ideológicas en que sus estrategias de gobierno solo son develadas una vez que lleguen al poder. Ya ocurrió en el 2008 con un final que, no por esperado, dejó de ser dramático. Y trágico.
Pero el punto que nos interesa tiene que ver con los llamados partidos tradicionales de nuestro país: el Liberal Radical Auténtico (PLRA) y la Asociación Nacional Republicana (ANR). En el primer caso, hasta después del golpe de Estado de 1989, incluso, era imposible un programa de gobierno unificado del liberalismo, puesto que estaban divididos en partidos diferentes, aunque con el mismo emblema azul. Una fractura que se acentúa al poco tiempo de apoderarse del gobierno, como consecuencia de la revolución de 1904, en cíclicos enfrentamientos, en los que no faltaron los armados, entre cívicos y radicales. Aunque con absoluta preeminencia del liderazgo del doctor Domingo Laíno, en 1993, aparte del PLRA, participa de las elecciones otro Partido Liberal, que candidató a Abraham Zapag. Fue la última vez. Aun así, no recuerdo que se haya estructurado un programa de gobierno oficial, sostenido por una convención del radicalismo auténtico.
Por el sector del Partido Colorado, uno de los últimos programas institucionales data de 1947 (23 de febrero), que incorporó su revolucionaria Declaración de Principios. Hubo otro, el de la Convención del 7 de octubre de 1967, y aprobado por la Junta de Gobierno de la ANR en su sesión del 6 de noviembre de ese mismo año. La Declaración de Principios se mantuvo intacta, hasta en las comas.
En cuanto al programa, el documento fue enriquecido, rellenando con nuevos conceptos el esqueleto de veinte años atrás, pero, increíblemente, manteniendo inalterables –en plena dictadura derechista– artículos tales como el “repudio de todo totalitarismo político y de toda forma de imperialismo o colonialismo, como instrumento de sometimiento de los pueblos y dominación internacional”, la “subordinación de la propiedad privada al interés social”, la “legitimidad de la intervención del Estado en la actividad económica privada, en salvaguardia de los intereses generales de la población, del bien común o de la defensa del país”, la “vigencia plena de la libertad política, de trabajo, de asociación, sindical, de reunión, de palabra, de prensa, de conciencia, religiosa y de todas las demás que completan la personalidad moral del hombre libre”. Ya sabemos lo que pasó después. Pero es bueno recordar cuáles son algunos de los puntos fundamentales que deberá considerar el precandidato y, luego, candidato que representará a la ANR en las elecciones generales del 30 de abril del 2023.
El practicismo del que hablamos al principio puede describirse gráficamente con la experiencia mexicana, en la visión del periodista y analista político Vladimir Galeana Solórzano: “El Partido Revolucionario Institucional (PRI) enlista en sus documentos básicos un perfil socialdemócrata, pero en la práctica actúa del lado derecho del espectro ideológico, y utiliza el perfil izquierdo para distribuir los apoyos sociales”. Tampoco deja de cuestionar al Partido de Acción Nacional y al Partido de la Revolución Democrática, pues, a su parecer, “panistas y perredistas son antagónicos ideológicamente hablando, pero se han unido en diversas ocasiones para ganarle al PRI, aunque el producto sea un bodrio sin identidad y programa político”.
Para aumentar el grado de similitudes entre nuestras costumbres criollas, remacha: “En esa circunstancia es donde ha cobrado vigencia ese practicismo amorfo que no va a ningún lado porque las ideologías siguen indicando y explicando los actos gubernamentales, aunque nuestros circunspectos dirigentes renuncien a ellas por la única finalidad de alcanzar acuerdos para arribar al poder”. De las lecciones ajenas también podemos aprender, si prestamos atención. Principalmente a la hora de evaluar candidatos y analizar programas. El practicismo tan idolatrado, está visto, nunca podrá superar a las ideologías. Y algunos partidos, necesariamente, deben recuperar la memoria para continuar vivos. Buen provecho.