Es fruto de la disciplina que se requiere para poder vivirla. Aparece como un flash aunque su encendido necesita de tiempo. En su transitar se rememora inexorablemente lo que se ha pasado para poder llegar al presente que la recibe con los brazos abiertos. En esa retrospección fluye el acto de agradecer porque lo que se ha vivido merece ser aceptado, y en ese gesto de admisión se reconoce la existencia. Su concepción tiene un carácter personal porque a través de la subjetividad que le da vida encuentra su momento para dar testimonios. La victoria reside en la voluntad de quien decide palpitarla.

La perspectiva con que se la identifica puede ser ampliada conforme a la visión que cada uno posee. El enfoque de su presencia ayuda a darle el significado que amerita. Su alcance está supeditado a la experiencia con que se cuenta, además del comportamiento, coherente con el deseo intenso y vehemente de conseguir lo propuesto. Por eso es relevante saber lo que hay que realizar. Y estar dispuesto a seguir aprendiendo, honrando de esa forma el tránsito por este mundo. En esta actitud también vive la victoria.

El semillero de los logros está en cada corazón que late; mientras haya vida, siempre habrá oportunidades para crecer. Es inherente al ser su destino de gloria, solo hay que creer y actuar en consecuencia. Y para ello hay infinitas posibilidades de hacerlo. Lo victorioso se halla en todas las manifestaciones que expresan admiración hacia lo que se está viviendo. Por consiguiente, hay conquistas donde hay deleites que disfrutar, como levantar en brazos a una criatura, darle un abrazo a un ser querido, incentivar a un joven para que le vaya bien en sus desafíos, valorar el trabajo de quienes están aportando desde la concreción de sus funciones, escuchar las preocupaciones que alguien necesita transmitir y darle contención; el universo de las victorias cotidianas es abundante.

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Es victoriosa la intención de ayudar, de participar con entusiasmo, de sentirse comprometido con los valores que estimulan las ganas de avanzar hacia las metas planteadas, de entender que es gigante el abanico de situaciones en donde el ser humano construye sociedad desde su quehacer diario. Es la victoria que tiene millones de rostros, que habla por medio de los hechos, que se inmiscuye en una mesa familiar, que acontece en un acuerdo laboral y que se pregona en los sucesos transparentes de las jornadas diarias.

La estima hacia el prójimo es un trofeo emotivo sin igual. Es un paso cívico que abre trechos afectivos. Es la herramienta básica para vivenciar la satisfacción del convivir. El premio por vivirla habita en la conciencia de cada uno y desde allí se alimentan los sentidos que se expresan de diversas formas durante el devenir de las acciones. En ellas la potencia de la victoria es muy fuerte.

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