País de contrastes e incomprensiones, la Argentina. Los dos dirigentes constructores de acciones políticas de alto impacto, la vicepresidenta Cristina Fernández (ex presidenta 2007-2015) y el ex presidente Mauricio Macri (2015-2019), son quienes tienen las más adversas valoraciones sociales. Ambos consolidan malas opiniones en el 60% de la sociedad. Los dos, sin embargo, juegan a las escondidas con el deseo, la intención o la necesidad personal y se proyectan, eventualmente, para ser candidatos a la presidencia en el 2023. ¿Hipoacusia política? ¿Por qué no? Los dos parecerían disfrutar con sus silencios, con los gestos y con algunas de sus palabras.
Mientras, la sociedad pareciera transitar por senderos que bifurcan a los que ella y él recorren borgianamente. Mientras –fácticamente– la institucionalidad argentina asume prácticas que poco tienen que ver con el hiperpresidencialismo histórico en este país. De hecho, el presidente Alberto Fernández –quien aún conserva poder legal para desaprobar cualquier política que procuren imponer ministro o ministra alguna– dentro de una semana viajará a los Estados Unidos para reunirse con su homólogo en ese país, Joe Biden y, luego, viajar a Houston, el corazón petrolero norteamericano para sostener encuentros con los más relevantes ejecutivos del sector energético e hidrocarburífero estadounidense.
Con ellos, en las últimas horas, estuvo reunido el ministro de Economía, Sergio Massa. Las conversaciones, según dejan trascender allegados al alto funcionario, “fueron tan razonables como positivas”. Agregan, los que más se animan al sinceramiento, que “las mayores objeciones de esas corporaciones de alcance global se centran en el cepo al dólar porque no entienden cuál es la razón técnica para mantenerlo en el tiempo con el objeto de desactivarlo gradualmente”.
Tal vez por ello o porque se trata de una estrategia para potenciar fuera del país las decisiones presidenciales, nada se ha informado aún de que se hayan acordado operaciones concretas con ese sector para el futuro inmediato, mediato o de largo plazo con el yacimiento de Vaca Muerta, sobre la que se construyen las más variadas hipótesis. Aunque, hay que admitirlo, más allá de la retórica y los trascendidos que se disparan desde las cercanías del jefe del Palacio de Hacienda, tal vez, el no decir sea parte de un diseño comunicacional para potenciar lo que pueda emerger y tener impacto sobre la economía y finanzas reales.
Pero, más allá de toda especulación, es razonable la prudencia de las partes involucradas en los diálogos señalados. Las empresarias y empresarios anfitriones no olvidan que, un puñado de días atrás, otra ministra de Economía argentina, Silvina Batakis, recorrió los mismos lugares y estuvo con la misma gente –entre ellos los organismos multilaterales de crédito, como es el caso de la reunión que sostuviera con Kristalina Georgieva, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI)– y, antes de que la alta funcionaria local abordara la aeronave que la trajo de regreso al país, ya no era ministra.
Algo parecido, meses atrás, también le sucedió al ex canciller Felipe Solá, quien en viaje a una reunión de la Celac, fue notificado que lo habían despedido. ¿Solo los empresarios, ejecutivos y ejecutivas transnacionales recuerdan esos episodios? Las espasmódicas prácticas políticas en este país no pocas veces son indescifrables tanto dentro como fuera de las fronteras argentinas. Para muchos y muchas, desconfiar suele ser una práctica muy recomendable para preservar su estabilidad laboral. Pero, esas mencionadas desconfianzas, no se verifican solo en el exterior. También se dan en el frente interno. El 53,6% de la sociedad –según la consultora 3puntozero– que fue consultado para un estudio de opinión pública sostiene que la presunta tentativa de homicidio a la vicepresidenta Cristina Fernández “fue un hecho inventado”. ¿Se puede gestionar la política sin confianza social? ¿La sociedad creerá en las amenazas contra la vida de Mauricio Macri que fueron denunciadas por su custodia la semana pasada?
No se conocen estudios sobre ello, pero no sería desacertado averiguarlo científicamente. Paradojas. Especialmente porque, quienes tienen la transitoria responsabilidad de gobernar, también descreen y lo dicen a voz en cuello. Descreen, por ejemplo, de los resultados de las investigaciones judiciales que tienen por acusada, justamente, a Cristina Fernández, la segunda al mando, pesquisada por presuntos hechos de corrupción estructural que habría cometido entre 2008 y 2015, cuando era presidenta.
El presidente Alberto F. que descree también del sistema judicial y piensa que el fiscal Alberto Nisman se suicidó cuando lo que investigan jueces y fiscales es oficial y formalmente un “homicidio”. En la Argentina desconfiar es un verbo que se conjuga en todos sus tiempos: gerundio, participio, infinitivo. Desconfiando, desconfiado, desconfiar. Luego de décadas de claudicaciones y engaños, hasta los sueños, junto con las esperanzas retroceden hasta extinguirse.
Ningún sector ni práctica social queda al margen de las desconfianzas. Hasta en las comunidades religiosas, aunque parezca increíble, sienten esos efectos y, sobre ellas, en algunos casos, avanza, justamente, el descreer. El sábado pasado, por ejemplo, el arzobispo de Luján, donde se encuentra el más importante santuario argentino para el catolicismo, Jorge Eduardo Scheinig, que celebró una misa por “la paz y la fraternidad” que fue propuesta por el oficialismo del Frente de Todos (FdT) a través del intendente de aquella localidad bonaerense, Leonardo Boto, dado el malestar eclesial que esa operación política que el kirchnerismo escondió dentro de la liturgia católica, tuvo que disculparse en el transcurso de su homilía.
“Perdón (…) metí la pata”, dijo el prelado, quien en tono reflexivo y/o de mea culpa, agregó: “Estamos en un tiempo extremadamente delicado. La paz social está frágil y amenazada. Y somos responsables de asegurarla y cuidarla”. Portavoces laicos eclesiales confirmaron a este corresponsal el malestar. El episcopado “está molesto” con lo sucedido en la Basílica de Luján ocupada por poco más de 2 mil militantes y dirigentes kirchneristas. Por su parte, el colega periodista Sergio Rubin, biógrafo del papa Francisco, en el diario Clarín dio cuenta que lo sucedido “provocó un fuerte malestar en la Iglesia por considerar que se trató de una apropiación partidaria de una invitación que hicieron los obispos (argentinos) a los fieles para rezar por la convivencia en el país”.
Previamente a la crónica mencionada, que lleva su firma, Rubin en radio Mitre, fue mucho más allá y, en tono de advertencia aseguró: “La Iglesia está horrorizada porque el kirchnerismo busca politizar su llamado a rezar por el país”. Claramente, es necesario reconstruir la confianza social. Sin ello, sin creer, la política no existe.