Qué es grande o chico, o cuánto mucho o poco son cuestiones relativas. Juzgamos las cosas desde nuestra capacidad o perspectiva. Para un pobre, ciertos montos económicos podían ser enormes e inalcanzables y para un rico, probablemente, no sean nada. Para Dios nada es tan grande ni tan abundante como para no poder alcanzarlo. Confiemos en Dios, no en nuestras fuerzas.
Tenemos un Dios demasiado grande en quien podemos confiar, pero muchas veces, por no conocerlo, vivimos limitados a lograr cosas con nuestras fuerzas o meramente en el plano natural.
Tenemos que saber quién dice la Biblia que es Dios y vivir a la altura de nuestro Padre y Creador.
Hay demasiados creyentes frustrados, sin fe y sin esperanza, sin motivación, desanimados, carnales y frustrados por no conocer ni poder confiar totalmente en Dios. Tampoco pueden ver cosas sobrenaturales en sus vidas, lograr victorias extraordinarias, conquistar metas inalcanzables ni glorificar a Dios Padre con sus vidas.
En el Antiguo Testamento, todas las canciones y salmos contaban los atributos de Dios, para que el pueblo supiera y le fuera más fácil memorizar quién era su Dios.
En el Nuevo Testamento, Jesús menciona a Dios Padre más de doscientas veces en su ministerio terrenal. Nuestro Señor Jesucristo enseñó que Dios es espíritu (Juan 4:24), que es omnipotente (Mateo 19:26), que es omnisciente (Mateo 10:29), que es santo (Juan 17:11), justo (Juan 17:25), amante (Juan 3:16) y que es bueno (Mateo 5:26).
El teólogo W. Graham dijo: “Pero la verdad sobresaliente que Cristo enseñó acerca de Dios es que Él es el Padre. Este término, aplicado a Él, ocurre 189 veces en total. En Mateo, 44 veces; en Marcos, 4; en Lucas, 17 y en Juan, 124 veces”.
Para el verdadero creyente, para aquel que de verdad nació de nuevo y tiene a Dios por Padre, aprender de Él y conocerle a Él será más necesario que beber agua cuando se tiene sed. El salmista dijo: “Cómo el siervo brama por las corrientes de aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Salmo 40:1-2).
Dios es el Padre de toda la vida. En el Salmo 36:9 dice: “Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la Luz”.
En Hechos 17:24-25, dice: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay... a quien da a todos vida y aliento y todas las cosas...”
“Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19:1). ¿Y cuál es el trato de este Dios tan inmenso con sus hijos? ¿Es un Dios distante o cercano? ¿Creó todo y lo abandonó a su suerte o tiene cuidado de su creación?
Vemos que, aunque Dios es el creador de todo, es padre del que cree y confía en Él. También dice 1 Juan 3:1, “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios...”. Dios es tu Padre.
Ese Dios que creó cosas tan inmensas y extraordinarias vive en nosotros. “El que me ama, mi palabra guardará, y mi padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Jn. 14:23).
Ese Dios te guarda: “Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano del Padre” (Juan 10:29).
Ama al creyente: “Y él mismo Jesucristo nuestro Señor, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia” (2 Tes. 2:16).
Consuela al creyente: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2 Co. 1:3).
Confiere paz al creyente. Las cartas de Romanos, 1 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 Tesalonicenses y Tito empiezan diciendo en sus primeros versículos: “Gracia y paz sean a vosotros, de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo”.