- Por ALEX NOGUERA
- Periodista
- alex.noguera@nacionmedia.com
Estamos en el año 50 antes de Jesucristo. Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste, todavía y como siempre, al invasor. Esta es la breve introducción de uno de los cómics clásicos más universales, Asterix el galo.
La historieta, que fue publicada en más de 100 idiomas y de la cual se hicieron hasta películas, trata de unos personajes –inventados por el guionista René Goscinny y el dibujante Albert Uderzo– que vieron la luz por primera vez el 29 de octubre de 1959, sí, hace más de 60 años.
Si pensamos que los nombres de los creadores son difíciles, deberíamos recordar que la pequeña aldea se encuentra rodeada por campamentos romanos de denominaciones aún más estrafalarias como Babaorum (o también conocido como Pastelalrum), Aquarium, Laudanum y Petibonum.
Pero no debemos complicarnos, puesto que la historia es bastante simple. El secreto de ellos es que tienen un druida (llamado Panoramix), capaz de preparar una poción mágica que da de beber a todos sus amigos –menos a Óbelix– para hacerlos invencibles durante cierto lapso, corto, pero suficiente para descalabrar a cuantos romanos se les crucen enfrente. Y si estos no son colaboradores y no se acercan por iniciativa propia, son los galos los que van en su busca para atizarles unos cuantos “tortazos”.
Podríamos citar incontables conocimientos que transmiten los detalles de los capítulos de la maravillosa obra, pero esta vez solo nos ocuparemos de uno, de algo terrorífico. Y es que estos valientes galos, que con una sonrisa podrían enfrentar a todas las legiones juntas de Julio César, tenían una debilidad. En una frase explicaban que a lo único a lo que le temían era... ¡a que el cielo se les desplomara sobre la cabeza! A nada más. Por eso, en las noches de tormenta, la angustia que sentían era más profunda que la propia oscuridad.
Las coloridas páginas de esta tira, a pesar de las peleas y puñetazos –incluso por diversión entre los miembros del pueblecito–, están llenas de inocencia y de enseñanzas escondidas. Por ejemplo, escudriñando un poco en la historia nos enteramos de que este temor de los galos ya había sido registrado siglos antes, en el 335 a.C., cuando Alejandro Magno recibía a una delegación de guerreros celtas a los que en medio de un banquete les preguntó a qué le tenían más miedo. La respuesta fue: que el cielo se les cayera sobre la cabeza.
Aunque parezca increíble, en pleno siglo XXI ese temor sigue vigente, es palpable, y persiste en una aldea real llamada Chaco’i, en Paraguay.
Allí, cada día, alumnos de escuelas acuden para recibir clases, pero con la constante amenaza de que en cualquier momento el techo de la institución educativa se les puede caer sobre la cabeza.
Esta historia se repite todos los días, por eso algunos docentes y niños se las ingeniaron para contar con un poco más de seguridad y debajo de un tinglado construyeron una improvisada aula con paredes de madera terciada.
En la historieta, los protagonistas son héroes invencibles que se la pasan en grande, al punto que al final de cada capítulo organizan un gran banquete en el que comen jabalíes asados, siempre rodeados de los temerosos romanos que a sabiendas de la fuerza sobrehumana que enfrentan, prefieren evitar acercarse.
En la vida real, los protagonistas son héroes abandonados por el Gobierno y se la pasan como pueden poniendo en riesgo su suerte y al final de cada día agradecen por seguir con vida, siempre rodeados de la implacable corrupción que a sabiendas de la vulnerabilidad que enfrenta se aprovecha de la impunidad que le brinda estar en el poder.
Ellos no tienen una marmita con poción mágica, confiaban que el poder de la Justicia los protegiera; tampoco conocen los banquetes con jabalíes asados, ellos no saben qué son porque en esas condiciones ni siquiera tienen educación. Tampoco un futuro digno.
En la historieta, los galos viven rodeados de temerosos romanos, en la aldea de Paraguay la gente vive rodeada de voraces y viles autoridades que siempre tratan de que el cielo caiga sobre la cabeza de los demás. Esto ocurre seguramente porque hace tiempo ellos mismos perdieron el cielo.