- Por Felipe Goroso S.
- Columnista político
En momentos en los que sectores políticos plantean el odio como un elemento movilizante a la hora de construir escenarios y del armado de enfoques y contextos, es oportuno revisar de qué trata cuando se habla del odio. El llamado discurso de odio al que se recurre como forma de etiquetar todo aquello que supuestamente discrimina o apunta al sector que está en frente.
La psicología define el odio como un sentimiento “profundo y duradero, intensa expresión de animosidad, ira y hostilidad hacia una persona, grupo u objeto”. Debido a que el odio se cree que es de larga duración, muchos psicólogos consideran que es más una actitud o disposición que un estado emocional temporal. Estudios científicos hablan del circuito cerebral del odio, los mismos descubrieron que las áreas del cerebro que se activan al momento de activarse el odio no tienen que ver con las zonas vinculadas a otros sentimientos considerados negativos: el miedo, la ira, el rencor.
Sin embargo, sí coincidían con los sectores –atención a esto– en que se activan cuando se ama y con las experiencias románticas. Estos últimos sí son sentimientos y situaciones aceptadas y reconocidas socialmente como positivas o dignas de ser expuestas en público. Una de las coincidencias entre el odio y el amor es la planificación de movimientos, cuando nos encontramos con un enemigo a quien podemos agredir, como cuando nos encontramos con la persona que amamos y eventualmente debemos defenderla. La otra coincidencia son los estímulos inquietantes, nos inquietan a la par ver los rostros de personas amadas u odiadas.
Habiendo llegado a este punto, es el momento pertinente de plantear la pregunta: Si hay tantas coincidencias entre el odio y el amor, ¿por qué el primero está tan mal visto y el segundo tiene tanta aceptación? Tal vez nos encontremos ante una profunda crisis de imagen. Una que lleva miles de años. Y es probable que al odio le cueste conseguir un asesor político que le dé una mano porque, claro, trabajar para el odio es un problema.
Ahora bien, no todas son coincidencias. Los mismos estudios también descubrieron una diferencia fundamental entre el amor y el odio, y es que con el primer sentimiento se desactivan grandes áreas del cerebro relacionadas con el razonamiento y el juicio que se mantienen en funcionamiento cuando miramos a alguien que nos despierta rechazo. Normalmente, el amante es menos crítico e irracional en lo que respecta a la persona amada. Sin embargo, el individuo que odia necesita conservar el juicio y actuar de forma calculada para herir, dañar o vengarse de su enemigo.
Y esto último es muy interesante, ya que nos da serios indicios acerca de los motivos por los cuales el odio está tan relacionado con la política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a. Así que la próxima vez que odie no se sienta culpable, finalmente está siendo más reflexivo que cuando ama.