Ya lo dijo el gran filósofo italiano Umberto Eco: “El que no lee, a los 70 años habrá vivido solo una vida. Quien lee, habrá vivido 5.000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás”. Indudablemente, el hecho de poder poner por escrito un código de símbolos que representan imágenes mentales ha constituido una verdadera revolución (o sea, la re-evolución, una evolución superlativa) de la especie humana. Y es que la capacidad de hablar la hemos adquirido por procesos de mutaciones genéticas con el Homo habilis hace unos 2 a 3 millones de años, y es desde ese entonces que los humanos nacemos con los circuitos neuronales del lenguaje, aunque vale la pena aclarar que la acción de hablar solo se aprende en contacto con otros. Se podría decir que nacemos con un disco cerebral en el que poder grabar, pero que estará vacío si no se graba nada en él, para ser gráficos y directos.
Sin embargo, la lectura nació hace apenas unos 6.000 años por la necesidad de comunicarnos más allá de la tribu propia, del corto alcance del boca a boca. Además, su base no es genética sino artificial o, mejor dicho, cultural. Leer es un proceso que, al no estar genéticamente codificado (y, por tanto, no transmitido por la herencia) se repite costosamente en cada ser humano y necesita cada vez del trabajo duro del aprendizaje y la memoria. Leer, y desde luego leer bien o muy bien, requiere un laborioso proceso de aprendizaje, atención, memoria y entrenamiento explícito que dura años e, incluso, gran parte de toda la vida si se aspira a leer de un modo altamente eficiente. Pero lo de “costoso” y “laborioso” no tiene por qué significar sufrimiento, sino todo lo contrario, se precisa de una verdadera revolución en el ámbito de la enseñanza para poder enseñar correctamente el arte de la lectura No olvidar que los niños son “verdaderas máquinas de aprender” ya desde el útero. Y como, por naturaleza, el ser humano necesita aprenderlo casi todo, no hay pensamiento sin el fuego emocional que lo alimenta. La lectura es uno de esos grandes hitos en el desarrollo infantil, uno que llena a los padres de orgullo… o de preocupación. Cuando una madre se da cuenta de que a su niño de 5 años todavía le cuesta mucho aprender a leer y que el vecinito de enfrente con 4 años ya lee de corrido, se puede preguntar: ¿es que mi niño es más torpe? Sin embargo, la neurociencia ha demostrado que para aprender a leer, hay ciertas partes del cerebro que tienen que haber madurado previamente, algo que puede llegar a suceder a los 3 años, pero que por lo general culmina cuando tienen 6 o 7 años. Por eso, lo aconsejable es que la lectura se empiece a enseñar formalmente a los 7 años, edad en la que, casi seguro, las áreas cerebrales base de la lectura están en todos los niños lo suficientemente desarrolladas y maduras para captar en todo su sentido y emoción la tarea de comenzar a leer. Precisamente esa es la edad en la que se empieza a aprender a leer en ese país tan avanzado en la enseñanza que es Finlandia. Es que además de que forzar a un niño a aprender a leer prematuramente puede provocarle un sufrimiento y frustración innecesarios, que lo logre a los 3 o 4 años no tiene trascendencia alguna a futuro. En otras palabras, no le da una ventaja académica ni lo hace más inteligente.
La maduración cerebral tiene un componente genético, pero también uno cultural, vinculado sobre todo, al hogar: crecer con padres que leen o te leen, tiene una dimensión emocional que facilita enormemente el aprendizaje de la lectura. Pero aquí surge un gran problema actual: la hiperconectividad. Nadie duda que internet ha supuesto una revolución cultural, creando una “era digital” en la que la lectura no solo se hace más deprisa sino también de modo diferente. Sin embargo, diversos estudios sobre los efectos de internet en el cerebro de niños y adolescentes también empiezan a mostrar aspectos negativos, que van desde la disminución de la empatía hasta el decaimiento de la capacidad de tomar decisiones. Sobre la lectura en concreto, es necesario inhibir de forma temporal el 99% de todo aquello que normalmente pensamos o entra a nuestro cerebro y solo prestar atención al 1% de ello. Además, precisa de un cierto tiempo. En cambio, navegar en internet necesita de un foco de atención muy corto y siempre cambiante, lo que conocemos como memoria ejecutiva. Es la que tienes cuando diseñas un plan de trabajo, la que requieres para el estudio, un tipo de inteligencia y memoria sostenida y reposada. Incluso hay quienes hablan de una nueva forma de atención, a la que llaman digital. Hoy en día no tiene sentido retener la fecha de nacimiento de una figura histórica, dato que Google responde de forma rápida y correcta. Pero eso no quiere decir que la memoria haya dejado de importar en el aula. Necesitas memorizar y mucho, porque tus memorias son lo que somos. Incluso, memorizar frases célebres o trozos de poesía o canciones pueden usarse para embellecer el propio discurso, como una dimensión importante de nuestra individualidad, de lo que nos hace diferentes.
Sucede que, aunque no lo crean pero como ya he dicho en otras entregas de esta columna, leer cambia al cerebro (y a uno mismo). Si bien el cerebro no está genéticamente diseñado para leer, este órgano posee una propiedad clave para lograrlo: la plasticidad. La palabra proviene del griego “plastikós”, que significa “cambio” o “modelado”. Quizás el máximo ejemplo sea que aprender a leer modifica la función de un área del cerebro principalmente programada para identificar formas y detectar caras, la cual también pasa a procesar y construir palabras. Pero las transformaciones no son solo a nivel fisiológico. Lo que enseña (el maestro) tiene la capacidad de cambiar los cerebros de los niños en su física y su química, su anatomía y su fisiología, haciendo crecer unas sinapsis o eliminando otras y conformando circuitos neuronales cuya función se expresa en la conducta. Cada persona cambia no solo en función de lo vivido, sino también de lo leído. Leer no es un acto pasivo de absorción de lo que hay escrito en un determinado documento o libro, sino un proceso activo, o recreativo (“volver a crear”) si se quiere, de lo que allí se describe. Implica activar un amplio arco cognitivo que involucra la curiosidad, la atención, el aprendizaje y la memoria, la emoción, la consciencia y el conocimiento. Y cambiar, estar DE LA CABEZA. Gracias por leerme y modificar tus estructuras cerebrales. Nos leemos en una semana.