DESDE MI MUNDO
- Por Carlos Mariano Nin
- Columnista
Fue horrible. Lo vimos en todos los noticieros como si de una película de terror se tratara. Un joven estudiante era atacado y apuñalado violentamente por otro joven que intentaba robarle el celular. Fueron segundos, que para quienes los vieron, fueron eternos.
Una mezcla de impotencia y tristeza en una escena brutal. A veces la realidad supera con creces a la más impactante de las ficciones.
Creo que el chico recibió algo así como nueve puñaladas. Todo por un celular que con la mejor de las suertes el criminal iba a vender por 100 mil guaraníes…
El chico herido fue trasladado a Asunción por la gravedad de las heridas, mientras que el agresor fue detenido al otro día. No fue una sorpresa, pero sí es un dato para el análisis. El atacante había salido hacía un mes de la cárcel por un caso de tentativa de homicidio en el 2020.
Desde hace años escucho que las cárceles son un vertedero de despojos humanos donde la reinserción es una utopía que termina en los papeles. Casos como estos lo demuestran. Es una terrible realidad. La otra es que las drogas están causando estragos. Los sectores más vulnerables acusan el impacto y la sociedad las consecuencias. Hoy es más fácil comprar crack que cambiar cien dólares en un banco.
En estos días preguntaba en Twitter: ¿Qué lleva a un joven a matar por un celular? Las respuestas apuntaron a las drogas, pero también si escarbamos la respuesta se pone difícil. La familia, las malas juntas, las decisiones erradas, la ausencia o los valores trastocados, la falta de políticas públicas y en la cima del podio, la corrupción, eterna aliada de la impunidad. Mucho robo descarado y la explosión de la rabia contenida.
Así, la inseguridad se apoderó de las calles, y la corrupción, del Gobierno. Hay una sensación de que todos roban y el que no roba es un gil, como dice el “Cambalache”.
E inundados de drogas lo que sucede es lo que vemos en el noticiero. Paraguay tiene una población de aproximadamente 2 millones 600 mil niños, niñas y adolescentes. De ellos, más de un millón viven en la pobreza.
¿Cuántos de ellos podrán desarrollarse profesionalmente? Pocos. La indigencia reduce sus posibilidades y el sistema los margina y los somete a un futuro que en verdad no tiene futuro. Esa es la parte por la que el Estado debería dar la cara.
Y no es la única. Esa es una de las razones casi morales. Después están las demás para las cuales pagamos impuestos que no se traducen en nuestro día a día. Dicen que el chico atacado se va a recuperar y que el detenido volverá a la cárcel.
No sé qué es peor. Vivir presos del miedo o pagar una condena en el purgatorio donde solo afinará su próxima fechoría. Pero esa… esa es otra historia.