EL PODER DE LA CONCIENCIA

Ayer se cumplieron apenas 153 años desde aquel 12 de agosto de 1869, cuando el ejército invasor brasileño con 20.000 soldados llegó a la zona de Piribebuy, que era defendida por unos 1.600 compatriotas, la mayoría heridos, enfermos, ancianos y niños.

El bombardeo previo con casi 50 cañones duró unas 4 horas antes del ataque de la infantería enemiga. La muerte ese día se dio un festín, aunque hasta las mujeres defendieron la patria con botellas rotas a falta de armas.

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Durante la masacre una bala mató al general brasileño Mena Barreto, lo que provocó la ira de los atacantes, quienes en el colmo de crueldad descuartizaron al comandante paraguayo Pedro Pablo Caballero, ejecutaron a todos los prisioneros e incendiaron el hospital con los aproximadamente 600 pacientes dentro, que perecieron carbonizados.

Algunos paraguayos deberían recordar el paroxismo de la crueldad y la saña extrema que tuvo esa campaña militar con nuestro pueblo indefenso antes de entregar la soberanía paraguaya a los descendientes de ese ejército. Mil millones de dólares al año representarían menos hambre, atención en hospitales, medicinas, infraestructura, ayuda para la población vulnerable y no “paz e progresso” para los vecinos.

La entrega de los recursos legítimos nacionales se acuerda entre cuatro paredes, en secreto, sin duda a cambio de grandes favores que jamás aparecerán en los libros contables oficiales. No muestran las firmas ni el tratado ni quiénes son los responsables, sino que nos regalan un caramelo diciendo que la electricidad será más barata para nosotros. Y ni siquiera para nosotros, porque finalmente discriminan a favor de los que más gastan, no para los que apenas pueden pagar.

En 3 días más ese mismo ejército cometería la vileza más grande de la historia, la que marcaría con vergüenza eterna a las fuerzas armadas del país vecino, cuando al genocidio le pusieron el nombre de “Acosta Ñu”.

Esta vez ni siquiera eran viejos o enfermos, que ya no quedaban, sino niños los que defendían la patria. Tras 8 horas de macabra danza, la muerte se llevó a más de 3.000 pequeños valientes. En filas de los “victoriosos” no contaron ni 50 bajas. Eran demonios contra ángeles.

Pero la cobardía no acabó ese día, sino que continúa un siglo y medio después. El que se sienta en el Palacio del que diera su vida en Cerro Corá hace tratos a espaldas de su pueblo. Temeroso de ser juzgado por sus atrocidades luego de perder el poder envía su caballería y ordena despedir de su puesto laboral a las personas que no apoyan su candidatura y las condena al hambre con toda su familia.

Debemos conmemorar el sacrificio de tantos compatriotas y honrar su memoria. No solo por los que derramaron su sangre por una nación libre y soberana en la guerra, sino que también por el esfuerzo de cada paraguayo honesto que lucha cada día en la paz contra tanta corrupción, que es el enemigo de hoy.

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