“Duele decirlo, pero hay que decirlo”
- Por Pablo Alfredo Herken Krauer
- Analista de la economía
- Email: pabloherken@yahoo.com
A junio del corriente año 2022 el saldo de la deuda pública (externa e interna) sumó 14.450,3 millones de dólares, representando el 35,3% del tamaño de la economía (PIB), con un aumento de 6.409 millones de dólares con relación a diciembre del 2018 (en agosto el cambio de gobierno) u 80% de incremento. En diciembre del 2018 el saldo de la deuda del Estado totalizaba 8.040,9 millones de dólares, representando el 19,7% del tamaño de nuestra economía, con una suba de 3.867 millones de dólares con respecto al saldo en el 2013 de 4.174,2 millones de dólares o un aumento del 93%, por la menor base de endeudamiento.
Si tomamos en consideración el período 2004-2013 nos encontramos con una deuda pública que pasó de 2.467,9 millones de dólares a 4.174,2 millones de dólares, es decir, un aumento de 1.706 millones de dólares o 69%, con una peso económico que pasó del 25,6% al 10,9%. En pocas palabras la economía creció más rápidamente que el endeudamiento en nueve años considerados. Pero teniendo en cuenta que en el 2003 caímos en default por no poder pagar en el gobierno de Luis González Macchi 21 millones de dólares a tenedores de bonos soberanos internos dolarizados emitidos por el Gobierno, lo que nos obligó a firmar un acuerdo stand by precautorio con el Fondo Moneterio Internacional (FMI), y seguir reglas de disciplina fiscal y monetaria para buscar lo antes posible salir del pozo en el que nos encontrábamos. Nos costó mucho sacrificio pero lo logramos. Y mantuvimos una política de superávit fiscal (más ingresos que gastos) con la correspondiente lógica política de prudencia en endeudarnos.
Pero en el 2011 perdimos el equilibrio fiscal y nos desestabilizamos mucho por masivos aumentos en los salarios de los funcionarios públicos que la oposición al gobierno de Fernando Lugo desencadenó con furia. Tuvimos que sacar una Ley de Responsabilidad Fiscal (2013) para ponerle un tope al déficit fiscal del -1,5% del PIB. En el 2018 el déficit fue del -1,3% del PIB y venía en línea con lo establecido. A partir de ahí se pidieron permisos o autorizaciones al Parlamento para violar el tope. Los agujeros del 2019 al 2021 fueron -2,9%, -6,1%, -3,7% y -3,6% (a junio del 2022), con estimaciones de un posible -3,8% final, y un -2,5% para el 2023. El Gobierno, preparando el proyecto de ley del presupuesto fiscal 2023, apunta a un saldo rojo del -2,3% para finalmente volver a respetar en el 2024 el máximo del -1,5%.
Este es el cronograma trazado, cuyos resultados finales dependerán del futuro próximo gobierno, que si gana con trampas (proceso electoral fraudulento, con el falso ropaje de legalidad e institucionalidad), pobre legitimidad y credibilidad, y sin la confianza necesaria en su capacidad de conducir el país, le caerá encima una maldición que nos llevará a volver a sufrir la experiencia del 2000-2002, sin olvidar el doloroso 1997-1999. Si repitiéramos escenarios parecidos, la administración adecuada de los recursos del Estado y el buen funcionamiento de la economía serán muy dificultosos y la deuda pública un dolor de cabeza terrible. No podemos mantener este ritmo de endeudamiento.
Relacionamos la deuda con el tamaño de la economía, pero no la encaramos con la recaudación de impuestos. En el 2018 la recaudación sumó 4.083 millones de dólares (51% de la deuda). En los tres años posteriores la recaudación de impuestos fue siempre menor: 3.884 millones de dólares el año pasado. En el mejor de los escenarios es posible una recaudación 2022 semejante a la del 2018 (28%/29% de la deuda actual a junio). Ojo: los impuestos ya no alcanzan para cubrir los servicios públicos básicos.
Es tiempo de valorizar los recursos internos privados disponibles y generar incentivos importantes para convertirlos en financiadores claves de las inversiones públicas, de la mano por así decirlo, de la contraparte que hay que captar, el dinero privado del exterior. Trabajo difícil. Muy difícil. Pero de vida o muerte. Porque el atajo del endeudamiento no pocas veces es una fantasía que termina en pesadilla. Was gesagt werden muss, muss gesagt werden. Duele decirlo, pero hay que decirlo.