En la semana pasada estuvimos reflexionando sobre la desgracia que puede provocar en nuestras vidas la avaricia, el querer siempre acumular y el materialismo. Pues bien, en este domingo Jesús sigue llamando nuestra atención sobre este peligro. Él nos recuerda que nuestro corazón se encuentra en aquellas cosas que nos interesamos más y con las cuales gastamos más nuestro tiempo y nuestras energías.
Esta llamada de atención es muy oportuna porque muchas veces nos engañamos a nosotros mismos cuando pensamos o decimos que existen cosas que son las más importantes para nosotros, cuando en la realidad, por los hechos están en segundo o tercer plano. Por ejemplo, Dios, cuando hablamos de Él, sin dificultades decimos que lo amamos sobre todas las cosas, y que Él es lo más importante para nosotros, pero en la realidad muchas veces no tenemos tiempo para Dios, somos consumidos por tantas otras cosas, que de hecho Él se encuentra en la periferia de nuestras vidas, y mantenemos con Él una relación muy superficial. O sea, en este caso Dios no es nuestro tesoro, y no tenemos en Él nuestro corazón, aunque lo digamos en la misa: “Nuestro corazón está en Dios!”.
Muchos dicen que la familia es la cosa más importante de sus vidas, pero, en la verdad gastan mucho más sus energías con otras cosas. Están más preocupados con planes personales. O se justifican que todo lo que hacen es para los hijos, cuando, en la verdad, estos hijos necesitarían muchos más del abrazo y de la presencia. En casos como este, muchas veces el bien de los hijos es solo una máscara para disfrazar su codicia, sus ganas de tener siempre más, de acumular. Otros no consiguen renunciar a su programa de televisión, o sus entretenimientos personales para estar en familia. Es claro que, si es así, aunque lo diga en palabras, en los hechos la familia no es su tesoro, no está su corazón en la familia.
Existe también un gran número de personas que afirman que los amigos son su tesoro. Que por un verdadero amigo sería capaz de dar todo. Pero cuando llega el momento exacto de hacerlo, cuando encuentra a este amigo en la necesidad, acaba por descubrir su triste realidad: no es capaz de renunciar a nada de su vida para ayudar a su amigo. Entonces lo que antes parecía su tesoro desaparece como humo, y se descubre más atado a otras cosas materiales de las cuales no es capaz de dejar.
Jesús insiste: Donde está tu tesoro, allí tienes tu corazón. Yo ya encontré muchas personas que tiene su tesoro en cosas materiales o pasajeras, aunque no lo digan o no lo acepten. Algunas tienen su corazón depositado en el banco, otras el corazón está en una linda casa que posee, otras en su automóvil, otras en la carrera profesional o política, otras en un título de estudios, otras en una persona-pasión... Pero todas estas cosas son circunstanciales y en algún momento pueden venir a menos, y entonces las personas que tenían allí sus corazones se quedan destrozadas, deprimidas y arrasadas. Jesús nos invita hoy a preguntarnos: ¿dónde está mi tesoro, dónde tengo mi corazón? Tenemos que ser sinceros con nosotros mismos: debemos descubrir cuáles son las cosas que efectivamente ocupan nuestro tiempo, nuestras fuerzas, nuestras preocupaciones, nuestros planes y sueños, pues estos serán los mejores indicios para descubrir donde de hecho, tenemos nuestro corazón, sin engañarnos a nosotros mismos, con lindas palabras que tergiversan nuestra realidad.
Solo cuando acumulamos un tesoro en el cielo, estaremos seguros de que nada lo podrá destruir, pues como dijo Jesús en el cielo el ladrón no lo roba y ni la polilla lo consume. El modo que disponemos para acumular este tesoro en el cielo es: la caridad, el amor, el servicio a los demás, la solidaridad, el compartir... estas son las únicas cosas que nunca las perderemos y nos acompañarán hasta la vida eterna. Las otras cosas, los bienes, las posesiones, todas aquí permanecerán y tal vez hasta serán motivo de discordia entre los que se quedarán.
¡Que el Señor nos dé el coraje de empezar a acumular este tesoro en el cielo!
El Señor te bendiga y te guarde, El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.