Las emociones hablan durante toda la vida. En una obra magistral titu­lada “Los procesos de maduración y el ambiente facilitador”, Donald W. Win­nicott (1896-1971), pediatra, psiquiatra y psicoanalista inglés, esbozó estudios para una teoría del desarrollo emocional. Sus lecciones exigen conocimientos previos, requieren estudio, abordan temas comple­jos, están escritas para permanecer en el acervo de las ciencias que las cobijan y desde esos espacios aportar conocimiento acerca de la esencia humana.

En su calidad de psicoanalista, el profe­sor Winnicott abordó el tema de la culpa “como alguien habituado a pensar en los términos del crecimiento, de la evolución del individuo humano, del individuo como persona, y en relación con el ambiente”. Por eso, escribió: “El estudio del sentimiento de culpa implica para el analista un estu­dio del desarrollo emocional del individuo. Ese sentimiento, incluso cuando es incons­ciente o aparentemente irracional, implica un cierto grado de desarrollo emocional, de salud del yo y de esperanza”.

Cuando hablamos de los orígenes del sen­timiento de culpa, presuponemos un desa­rrollo sano en las primeras etapas de la vida del infante, destacaba el autor. En un momento dado se pregunta a qué edad del desarrollo normal del niño puede decirse que la capacidad para sentir culpa queda establecida, y se responde a sí mismo, indi­cando que durante el primer año de vida, y destacando sobre todo el período en el que el niño tiene una relación bicorporal cla­ramente humana con la madre. Aunque se encarga de decir que puede verse que a los seis meses el infante tiene una psicología sumamente compleja.

Es brillante el análisis que Winnicott hace acerca de las enseñanzas de Freud y de Melanie Klein sobre el tema en cuestión, dando su punto de vista personal al decir que Klein le ha permitido a la teoría psi­coanalítica comenzar a incluir la idea de un valor del individuo, mientras que en el psicoanálisis primitivo se hablaba en tér­minos de salud y mala salud neurótica. El valor está íntimamente ligado con la capa­cidad de sentir culpa.

Ocupa un lugar central en todo esto la preo­cupación por el otro, aquí el destino de este escrito. Winnicott lo decía así “… si en las primeras etapas existe un desarrollo satis­factorio, se produce una integración del yo que permite el surgimiento de la capacidad de preocupación por el otro”. A partir del mismo el infante vivirá nuevas experien­cias y comenzará el proceso de etapas en donde experimentará emociones, descu­brirá sentimientos, sentirá de muchas for­mas el crecimiento de su ser.

Ese desarrollo inicial de los primeros años de vida está totalmente vinculado con el proceso de madurez del adulto. Por lo tanto, es determinante el concepto del ser íntegro, histórico, único, unido a su cul­tura, a sus experiencias, a sus enseñan­zas, a sus afectos, a todo lo que ha vivido. En ese vivir se adquirió y se desarrolló lo que hoy es.

Dejanos tu comentario