Nuestro país soporta una de las etapas más difíciles de los últimos años, traducida en la caída y escaso crecimiento de los diversos sectores de la actividad económica, responsables de la generación de nuestros principales productos trayendo como consecuencia menores niveles de comercialización e ingreso de divisas.

Los últimos tres años han sido “a puro golpe”, impactando fuertemente en la evolución de nuestra macro y microeconomía, en un país como el nuestro en donde todavía seguimos con una elevada dependencia del cultivo y cosecha de granos en estado natural, además de carne bovina.

Las coyunturas desfavorables de nuestra economía en los últimos tres años finalmente han terminado repercutiendo en los niveles de importaciones, debido al menor flujo de ingreso de divisas y una microeconomía resentida en lo económico y financiero.

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Todo termina golpeando donde más duele, el bolsillo de la gente, incrementando la cantidad de pobres y haciendo que la misma vaya extendiendo sus alcances a vastos sectores de la sociedad.

Algunos consideran que la caída de las exportaciones solo afecta a los productores de soja y otros productos relacionados y que el resto del país sigue evolucionando. Sin embargo, el efecto multiplicador negativo que tienen estas coyunturas hace que lo que perjudica directamente a un sector específico se extienda a otras actividades conexas y finalmente a diversos grupos económicos dentro de nuestra microeconomía.

La menor cosecha de la soja y otros granos repercute en la actividad de los trabajadores del campo, que tendrán menos trabajo y caída de sus ingresos, en el transporte que tendrá menor movimiento y escasas facturaciones, en los comercios que venderán menos por la disminución en los ingresos de los operarios, lo que pondrá en aprieto también al empleo privado en las zonas urbanas. Si la economía no reacciona vigorosamente y se mantiene débil, golpeará a los más frágiles que caerán a situaciones de mayor vulnerabilidad.

El número de pobres ascendía a 1.951.000 individuos, lo que representa el 26,9% de la población. Estimaciones de los especialistas en la materia señalan que, con la situación económica desfavorable, dicha cifra aumentaría fuertemente si no se toman las medidas correctivas que los ameritan.

No solo será necesario mejorar y movimentar nuestra actividad económica, sino también se deberá invertir más y mejor en la gente, sobre todo en las nuevas generaciones que deben enfrentar los desafíos con los medios que tienen.

Técnicos del Banco Mundial han señalado que la falta de previsión y las políticas públicas poco acertadas en el ámbito de la educación van a generar un retroceso en una parte considerable de la población en edad de estudiar. Si no se incorporan los elementos necesarios para aprovechar los cambios tecnológicos pueden profundizarse las situaciones de desigualdad y el impacto negativo en nuestro capital humano podría empeorar.

Fortalezcamos los programas de formación continua con acciones dirigidas a reentrenar a los trabajadores y promover habilidades que requiere el mercado laboral. Se hace necesario repensar el sistema educativo actual en su conjunto. Que se tienda hacia un sistema de trabajo en proyectos con pensamiento crítico y la capacidad de resolver problemas, promoviendo las habilidades socioemocionales y de conocimiento más compleja, con técnicas específicas.

El aporte intelectual de las personas y sus aptitudes para incrementar el bienestar con la tecnología y la capacidad de resolver los problemas con nuevas estrategias serán de gran trascendencia. Si no dinamizamos nuestra capacidad innovativa y creativa, no nos reinventamos permanentemente, pues no sería de extrañar que en algún momento podamos quedar “empantanados” ante un mundo cada vez más globalizado, dinámico y competitivo.

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