Estamos a inicios del segundo semestre de este año, marcado por la crisis mundial ocasionada por la guerra de Rusia contra Ucrania, que ha producido debilitamiento económico hasta en los países más desarrollados.
Este conflicto ha conspirado en contra de las esperanzas de un resurgimiento económico en todo el mundo luego de los más de dos años de dura pandemia sanitaria, que ha ocasionado la muerte de millones de personas.
Nuestro país en vías de desarrollo no ha escapado a la influencia negativa producida por la misma, pues nuestro nivel de dependencia de importaciones como el petróleo sigue siendo elevada, a lo cual se ha sumado el impacto negativo de nuestros niveles de exportaciones de granos en estado natural, que siguen constituyendo nuestra principal fuente generadora de ingresos de divisas.
Si bien somos un país generador de abundante energía limpia, que puede dinamizar y diversificar a nuestro proceso de industrialización, todavía seguimos dependiendo de lo que nos genera la producción agropecuaria.
Se hace necesario que podamos ir perfilando un cambio estructural cualitativo dentro de nuestra producción agrícola y de otros rubros, avanzando hacia un proceso fabril que pueda dar un mayor valor agregado a nuestros productos y la posibilidad potencial de obtener precios de ventas más remunerativos, pues somos un país productor de alimentos, que los países seguirán demandando en forma creciente.
Contamos con plantas industriales procesadoras de granos con tecnología de punta además de molinos harineros y otras plantas fabriles que procesan diversos tipos de productos, como para que vayamos dándole cada vez mayor fuerza al proceso de industrialización, que es lo que se precisa para un crecimiento más fortalecido, y que coadyuve a la generación de más fuentes de trabajo a nivel país.
Si bien nuestra actividad económica se ha visto afectada por diversas coyunturas, tengamos en cuenta que son situaciones reversibles dependiendo del enfoque y contracción técnico-profesional que le pongamos.
Uno de los factores que más preocupan se refiere a la caída del consumo, por la disminución en las facturaciones en diversos sectores, lo que pone de resalto que la capacidad adquisitiva de nuestra gente también se ha visto resentida.
En los primeros meses del año se han resentido la venta de alimentos, bebidas y ropas. registrándose además la disminución en un 5% en los niveles de comercialización de unos 15 productos siendo el segmento de prendas de vestir uno de los más golpeados con una retracción superior al 30%.
Para que podamos enfrentar estas dificultades coyunturales debemos encararlos estructuralmente, pues es innegable que hasta ahora un gran porcentaje histórico de nuestro crecimiento económico ha estado sustentado en la actividad agro-ganadera.
Si hasta ahora el Paraguay ha logrado avanzar gracias a su potencial agropecuario, ha llegado el momento de bosquejar otro modelo económico debido al agotamiento del modelo actual y la necesidad de crecimiento cuali/cuantitativo de nuestra actividad económica. Transitemos organizadamente hacia las sendas de la producción fabril, transformando los productos primarios que permitan generar más fuentes de trabajo mediante nuevas opciones económicas.
El modelo agropecuario está llegando a su fin, por lo que debemos bosquejar un nuevo prototipo para aprovechar mejor sus potencialidades.
Enfoquémonos con mayor fuerza pasando a la industrialización que abarque la agroindustria con todos sus alcances y el aprovechamiento de los sectores que requieren abundante energía eléctrica.
El Estado debe propiciar el sistema necesario con la infraestructura tecnológica que se requiere, otorgar los elementos de seguridad física y articular las condiciones legales para la transformación.
Ser consciente de la necesidad de optar por el nuevo modelo económico y del papel que le corresponde en esa tarea, que no implica desechar la experiencia de la producción primaria, sino de complementarla con la industrialización, es un paso adelante hacia el nuevo prototipo que requiere actualmente nuestro país.